lunes, 27 de abril de 2009

martes, 21 de abril de 2009

Pulmón verde

Por lógica, Ayrtom Sidorkin debería ser el hombre que mejor respirara del mundo; y, sin embargo, tuvo que presentarse en el hospital con fuertes dolores en el pecho y una tos que acarreaba sangre. En las radiografías, los médicos pudieron observar una mancha pulmonar que parecía un tumor, pero la biopsia que se le practicó al enfermo dio unos resultados desconcertantes. Las extrañas agujas verdes que le extirparon al paciente en la prueba, según descubrió el cirujano en la operación posterior, correspondían a una rama de abeto de cinco centímetros que había enraizado en el pulmón de Sidorkin.

La historia es bastante inverosímil (aunque ya enseñaba Aristóteles que lo inverosímil no ha de ser necesariamente falso). Hubiera escamado bastante más que de la rama de abeto pendieran espumillones, una bola de navidad, y la figura de Papá Noel cantando a voz en grito "Hacia Belén va una burra, rin, rin".

El pobre Sidorkin nunca imaginó que la sabia naturaleza rusa pudiera causarle tanto daño, que su cuerpo pudiera convertirse en un vivero. Quizá el abeto, harto de que el hombre utilice a los árboles como "pulmón de la Tierra" o, simplemente que, cansado, asqueado, ahíto de metáfora tan manida, planeara una paradójica venganza y fuera a aposentarse en un pulmón humano nada metafórico. "Tropos, los justitos".

Imagino que, antes de salir del hospital, a Sidorkin le habrán sometido a un reconocimiento completo. Espero que no le hayan encontrado nada más, porque como, aparte del abeto en el pulmón, tenga hongos en los pies y golondrinos en las axilas, van a tener que nombrarle por lo menos parque natural. O reserva de la biosfera.

jueves, 2 de abril de 2009

Las Memorias de un setentón, de Ramón de Mesonero Romanos

Durante estos meses de silencio bloguero he descubierto la figura de Ramón de Mesonero Romanos. Lo conocía de algún cuadro de costumbres de las Escenas matritenses y de oír su nombre asociado casi siempre al de Larra y al de Serafín Estébanez Calderón, pero ignoraba la existencia de sus Memorias de un setentón, compuestas en las postrimerías de su larga vida (más aún teniendo en cuenta la esperanza de vida en el siglo XIX). En ello tal vez no tuviera escasa parte su patrimonio, heredado de su padre (salamanquino, como dice el propio Mesonero hijo), que le permitió una vida regalada sin dar un palo al agua por obligación. Volcó toda su dedicación a sus aficiones literarias y a las inclinaciones filantrópicas propias de un burgués moderado de su época con deseos de que su país y, en particular, su ciudad natal, Madrid, en cuyo ayuntamiento ocupó el puesto de concejal durante algunos años, progresaran.
Escritas con una prosa algo altisonante para nuestros días, pero aun así ágil y amena, estas memorias pueden dividirse en dos partes. En la primera, que transcurre entre la invasión napoleónica y la subida al trono de Isabel II, Mesonero Romanos deja que los sucesos históricos prevalezcan sobre los recuerdos propios, aunque se mezclen ambas facetas. No falta, incluso en este apartado, algún cuadro de costumbres de la sociedad madrileña de ese período, pero es a partir de 1833, con el sosiego de la política española, cuando las excepcionales dotes de observador de Mesonero van a campar a sus anchas.
El libro es apasionante en sus dos partes, en la narración y el análisis del la Guerra de la Independencia, de los reinados de José Bonaparte y del alevoso Fernando VII, y en la descripción de los usos y costumbres de los españoles de la época, así como del mundillo cultural y literario fundamentalmente romántico.
Estas memorias nos acercan a un hombre entrañable de prodigiosa memoria que mira al pasado sin rencor y sin afán de protagonismo, que recuerda con ternura a los personajes de los círculos literarios con los que compartió la primera mitad del XIX , que buscó ante todo el progreso de sus conciudadanos y que, a falta de otro oficio, ejerció, como reza la descuidada edición de Crítica, el de "madrileño profesional".

Ramón de Mesonero Romanos, Memorias de un setentón, Barcelona, Crítica, 2008