Se ríe o se queja o se sorprende la gente de que el ministerio de Igualdad, o sea, la ministra Bibiana Aído más su secretario y su chófer (imagino), proteste contra un anuncio de las letras del tesoro o del tesoro público en el que un tipo se niega a dejar a su Puri porque hace unas croquetas de muerte, lo cual, viendo cómo está el croqueteo nacional en los tiempos que corren, posee una lógica innegable.
La gente se ríe, se queja y se sorprende de la reacción de la ministra, en comandita con una compañera del PP, pero yo la entiendo. No saben ustedes lo duro que es pasarse ocho horazas en el silencio de tu despacho de Madrid, sola, sin los amigos de siempre, que están en Andalucía (alguno de ellos, por cierto, muy influyente), aburrida de no dar golpe, buscando si acaso sin encontrarla nunca la palabra fistro en su ministerial diccionario de inglés.
Las hormigas resuenan como bombas en su vasto despacho. Encerrada en su castillo de marfil, la princesa está triste. "¿Quién fuera Hipsipila, que dejó la crisálida?", piensa Bibiana Aído en su jaula de oro esperando a un príncipe que sepa despertarla.
Y mientras, para entretener la eternidad de su vacío incorpóreo, de su ministerio que es forma pura, como el alma sin cuerpo, se inventa estos jueguecitos o se arroga competencias alejadas de su órbita, como la ley del aborto.
"Pobrecita", dirá Zapatero. "Con lo joven que es... Inventaos algo para que se nos divierta."