martes, 30 de septiembre de 2008

La princesa que no quería hacer croquetas

Se ríe o se queja o se sorprende la gente de que el ministerio de Igualdad, o sea, la ministra Bibiana Aído más su secretario y su chófer (imagino), proteste contra un anuncio de las letras del tesoro o del tesoro público en el que un tipo se niega a dejar a su Puri porque hace unas croquetas de muerte, lo cual, viendo cómo está el croqueteo nacional en los tiempos que corren, posee una lógica innegable.
La gente se ríe, se queja y se sorprende de la reacción de la ministra, en comandita con una compañera del PP, pero yo la entiendo. No saben ustedes lo duro que es pasarse ocho horazas en el silencio de tu despacho de Madrid, sola, sin los amigos de siempre, que están en Andalucía (alguno de ellos, por cierto, muy influyente), aburrida de no dar golpe, buscando si acaso sin encontrarla nunca la palabra fistro en su ministerial diccionario de inglés.

Las hormigas resuenan como bombas en su vasto despacho. Encerrada en su castillo de marfil, la princesa está triste. "¿Quién fuera Hipsipila, que dejó la crisálida?", piensa Bibiana Aído en su jaula de oro esperando a un príncipe que sepa despertarla.

Y mientras, para entretener la eternidad de su vacío incorpóreo, de su ministerio que es forma pura, como el alma sin cuerpo, se inventa estos jueguecitos o se arroga competencias alejadas de su órbita, como la ley del aborto.

"Pobrecita", dirá Zapatero. "Con lo joven que es... Inventaos algo para que se nos divierta."

jueves, 25 de septiembre de 2008

Juan Pérez de Montalbán y las Lágrimas panegíricas

Escritor de gran éxito durante su corta vida, Juan Pérez de Montalbán se crió rodeado de libros en el establecimiento de su padre, que regentaba una de las principales librerías del reino. Alonso Pérez editaba nada menos que a Lope, a quien le unía una franca amistad entreverada de intereses (mutuos), y Juan, cuarenta años más joven que el Fénix, se convirtió en su más fiel y amado discípulo, lo cual pudo granjearle algunas enemistades en la controvertida y fragmentada república literaria de la primera mitad del siglo XVII.

El ataque más furibundo se lo lanzó Quevedo, quien lo hirió, fustigó, desangró, rebanó, desconyuntó, desolló, reventó y descostiñó en La perinola tras la publicación de una obra miscelánea con visos enciclopédicos que Montalbán tituló Para todos.

Para zaherirlo aún más profundamente, Quevedo lo llamó "retacillo de Lope", algo que, por cierto, siguen manteniendo algunos de los principales manuales de historia de la literatura española. Montalbán se rehízo de las críticas como pudo al amparo de su padre y de Lope, pero unos años más tarde, en 1635, comenzó a sufrir los primeros achaques de la enfermedad que acabaría prematuramente con su vida.

En los años siguientes, el ignoto mal continuó agravándose. José Quintana, un gran amigo suyo, llegó a escribir que la enfermedad le redujo, hasta en el modo de hablar, al estado de niño. A algunos de sus contemporáneos, treinta años después de la publicación de la primera parte de El Quijote, les da por pensar que Montalbán ha contraído el mismo mal que el caballero andante. "Y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro de manera que vino a perder el juicio.”

Sin embargo, Montalbán no recupera la cordura al final de sus días y muere en 1638, tres años después de los primeros síntomas de la enfermedad. Las penosas circunstancias de su muerte provocaron que muchos ingenios de la época, estremecidos, llorasen su muerte y homenajearan al infeliz difunto y al malogrado amigo. El resultado son las Lágrimas panegíricas, una compilación de poemas fúnebres y textos de homenaje a Montalbán, dirigida por Pedro Grande de Tena, amigo del difunto, quien curiosamente ejerció el mismo papel que el propio Montalbán en el homenaje que éste preparó a la muerte de su maestro y mentor: la Fama póstuma a la vida y muerte de frey Lope Félix de Vega y Carpio.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El bufón sin alma

Foto de www.elmundo.es

Todas las leyes tienen sus defectos, sus excesos, su endémica politización, etc., y no dudo de que la ley para la recuperación de la memoria histórica tendrá las suyas. Sin embargo, cuando se le pregunta por qué su partido se opone a ella, Mariano Rajoy no da razón alguna, sino que procura eludir la respuesta y se excusa en que él prefiere mirar hacia el futuro, como si el futuro pudiera construirse sin dejar que se restañen las heridas del pasado.
   Por eso me parecen especialmente intolerables e inmorales (algunos que hablan tanto de moral) las declaraciones de este personajillo que preside las Nuevas Generaciones del PP, que en tono de mofa, como si estuviera diciendo un monólogo en el club de la comedia, se permite el lujo de burlarse de las "fosas" y de la Guerra Civil, la "guerra del abuelo", una forma sublime de despachar un conflicto en el que murieron miles y miles de personas.
   Imagino que Pablo Casado no habrá tenido que llevar flores a una asquerosa cuneta en la que tal vez (sólo tal vez) reposaran los restos de algún familiar cercano. Yo, afortunadamente, tampoco. Pero compadezco de corazón a quienes se han visto obligados a ello y exijo que los poderes públicos les ayuden a encontrarlos, si es ese su deseo, o, al menos, que no entorpezcan su búsqueda.
  No veo el daño o el perjuicio que eso puede provocarle a mi jocoso tocayo, ni qué parte del futuro de Rajoy se verá ensombrecido por las pesquisas de los familiares de los desaparecidos durante la Guerra Civil, sean del bando que sean.
   Antígona fue condenada a muerte en su Tebas natal por rebelarse contra la ley , promulgada por Creonte, que le impedía darle a su hermano Polinices las exequias que merecía cualquier difunto. Y como tal ocupa un lugar privilegiado entre las heroínas de la mitología (y de la tragedia) griega.
   Aquí, sin embargo, todavía hay algunos que se burlan sin causa de unas personas que lo único que pretenden es saber dónde yacen sus seres queridos para llevarles flores allí donde se encuentren, para poder enterrarlos con dignidad o, simplemente, para poder reposar junto a ellos en la inmensa eternidad que, sin luces y sin sombras, a todos nos aguarda.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Palabras perdidas (I): Muerte de viajante


Gregorio Samsa era un viajante que una mañana cualquiera se despertó convertido en un repelente insecto gigante. La historia de la Metamorfosis de Kafka no es muy verosímil en sí, aunque se hunda en el inconsciente del ser humano con la fuerza de un pozo petrolífero. Pero lo que más sorprendería de la frase anterior en el lenguaje actual sería la palabra viajante. Dudo de que la conozcan muchos de nuestros adolescentes. Fue condenada a muerte por ese empeño terco y tan de nuestros tiempos de ocultar las profesiones (o lo que sea) que carecen de un determinado nivel de prestigio bajo denominaciones eufemísticas absurdas.

Parece que uno se imagine al viajante conduciendo un coche obsoleto (pongamos un Renault 21, a lo sumo), un tipo triste y grisáceo de una España desaparecida de pensiones sin baño y bocatas para ahorrarse un duro en la comida.

Un día, los comerciales se abrieron paso a empellones como los profesionales modernos que eran, y destronaron de sus puestos a los viajantes, que eran ellos mismos, sólo que más viejos, más pobres y más tontos. Imagino que tuvo que haber un tiempo de crisis de identidad, como la de Gregorio Samsa, o como la de Julio Llamazares, entre el anodino y anticuado viajante y el dinámico y pujante comercial, pero la nueva raza fue extendiéndose por todas partes con la fuerza de los que han nacido para domeñar el mundo.

La primera víctima de su arrojo fue la palabra viajante, que camina con paso firme, como el elefante que presiente su fin, hacia el cielo de estrellas en el que viven los vocablos que ya no habitan en nuestras lenguas: el lánguido y añorado mundo de los arcaísmos.

martes, 16 de septiembre de 2008

De limpieza


Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase ... ¡la blogse!

Sí, he vuelto y lo he visto todo sucio, la pobrecita blogse arrumbada, llena de polvo y mugre, y con telarañas dignas de un arácnido del tamaño de Spiderman. Lo primero que pensé fue en llamar al de mantenimiento y echarle la primera bronca, pero enseguida me di cuenta de que el de mantenimiento era yo. 
Así que tendré que ponerme manos a la obra, despejar los rincones mugrientos y aplicar una buena capa de pintura. 
   Espero que con eso sea suficiente.