jueves, 30 de octubre de 2008

Politiqueos

Ha causado escándalo en cierta parte del periodismo nacional la imagen del Congreso de los Diputados prácticamente desierto en una sesión plenaria destinada a debatir un asunto crucial para el país: el paro. Aunque hacer novillos nunca es justificable, lo cierto es que los diputados pueden esgrimir tres causas atenuantes en este caso concreto:
El ponente para tan alta ocasión no era otro que Pedro Solbes, no demasiado apreciado en su círculo como showman precisamente. Sabiendo que sus discursos suenan más bien como el arrullo de una madre o como la nana de una abuela, los diputados de todos los partidos prefirieron quedarse dormidos en casa y ahorrarse la canción de cuna y el espectáculo de ojos cerrados, boca abierta y ronquido suelto que podrían haber dado en el Congreso.

¿Cómo se puede pretender, por otro lado, que los diputados asistan a un pleno matutino (palabra preferida de mi hermano Álvaro en su infancia) en el que no participa ninguna de las estrellas de esta farándula? Es como ir a ver una película porque actúa Mar Flores. Cuando los primeros espadas no salen al ruedo, lo mejor que pueden hacer los subalternos es quedarse en casa. Sin líder, no somos nada (o nadie nos controla).

Y, por último: ¿cómo podemos escandalizarnos de que los diputados no vayan a trabajar (aunque cobran igualmente, ¿no?) si en la política ocurren todos los días cosas más graves? (eso sin contar con que el mejor favor que muchos políticos pueden hacerle a España es precisamente no hacer nada).

El otro día, sin ir más lejos, me contaba un compañero del instituto un caso especialmente abominable. En una ciudad andaluza se entregaban más de cien pisos de protección oficial. Uno de ellos le había "tocado" a mi compañero. Tamaña ocasión no podía desperdiciarla el Señor Alcalde de la ciudad en cuestión (los pagará él de su propio bolsillo, ¿no?), que se personó en el acto con la parafernalia de rigor. Pero el tipo debía de tener algo de prisa, problemas de agenda o una inoportuna gastroenteritis, vaya usted a saber, y quería irse del lugar rápido pero con las fotos hechas, al menos tres o cuatro. Así que, ni corto ni perezoso, indica a los organizadores del evento por quiénes debe comenzar el reparto de llaves. ¿Se lo imaginan?

- Primero los de sillas de ruedas.

Hay que ser muy hijo de puta...

lunes, 27 de octubre de 2008

Hacer cumbre

El gobierno español ha lanzado una ofensiva para que España participe en una cumbre que ya ha ocupado en unos días más páginas que la mítica del Everest en siglos. A Zapatero le está costando alcanzar la cima. Intenta contratar a algún sherpa para que le ayude en la ascensión, pero se encuentra con más de una negativa porque un lejano día se enemistó con el sherpa mayor (el mayor, pero no el más listo, desde luego).
En La insoportable levedad del ser, Milan Kundera expone dos visiones antitéticas sobre la levedad. Parménides de Elea, firme defensor de los opuestos, opinaba que el contrario (como en los gemelos) positivo era la levedad, mientras que Beethoven prefería el peso, la masa, la fricción con la tierra. Para Beethoven la levedad era ligereza, frivolidad; para Parménides, ascensión y espíritu.
Zapatero podría aprovechar la levedad para ascender hasta la reunión de los líderes mundiales, pero, paradójicamente, para tomar la cumbre hay que tener peso, materia, cuerpo, hasta envergadura, y eso no lo tiene Zapatero ni lo ha tenido España (qué se le va a hacer) en los últimos siglos. Por eso Zapatero no entiende a su ministro de Economía, al viejo marino al que le importa un bledo que España no figure donde no ha estado nunca mientras él pueda saborear el humo de su pipa, al vicepresidente que rumia la supremacía de la levedad de Parménides; y por eso se reconcome en la Moncloa, mordiéndose las uñas, llamando a mil puertas rocosas que devuelven palabras sin significado, sintiendo en sus carnes como ningún otro la insoportable levedad de ser presidente del gobierno español.

martes, 21 de octubre de 2008

Pruebas generales de diagnóstico (y 2)

Después de la primera parte de la prueba, todos disfrutamos de un merecido descanso de quince minutos que algunos quisieron aprovechar un poco más de lo que el reloj decía, como, por otro lado, era de prever. Eso se llevaron por delante, porque lo que se les venía encima era un iceberg ciclópeo, una nube plomiza y cenicienta, un huracán con ojo humano de proporciones delirantes.
    Los alumnos habían descifrado poco o nada de lo que Pilar Limón, la ácida mujer del 112, había explicado una hora antes, pero se quedaron realmente estupefactos cuando sonó la segunda pista del disco compacto, una canción de los '80 con un par de guitarras gimoteando su desafinación y una batería que se desgañitaba como un enfermo de Parkinson sobre ellas y sobre la voz del cantante. La blueslería en cuestión se llamaba "Pasa la vida", la misma que cantaba María Teresa Campos en su homónimo programa de televisión, pero en la versión original de Pata Negra. 
   Aparte de mostrar el escaso gusto musical del personal que ha elaborado la prueba (otro año nos regalaron los oídos con una canción de Andy y Lucas), al cantante de Pata Negra apenas se le entendía entre la marabunta fónica de las guitarras y especialmente de la batería del grupo. A veces parecía que el percusionista se había metido un par de cajas de anfetaminas entre pecho y espalda.
    La canción no es muy portentosa en sí y la letra, aunque más jugosa que la de las manos de Andy y Lucas, tiene poco de donde rascar, pero, sin entender ni Pamplona, responder a la pregunta más sencilla resulta harto complicado. Además la cancioncita tiene largas partes instrumentales que no facilitaban precisamente el control de los chavales (que aprovechaban esos momentos para hacer interpretaciones personales a la letra: pasa la noria se convertía en pasa la boya y en pasa la droga.)
   Con todo esto, tengo la sensación de que las pruebas de diagnóstico de este año, al menos en mi instituto, no van a arrojar unos resultados muy halagüeños. Esta semana lo sabré, ya que nos obligan a corregirlas a los departamentos correspondientes sin que nadie nos dé ni las gracias. Gajes del oficio.


viernes, 17 de octubre de 2008

Pruebas generales de diagnóstico

Otra vez a vueltas con la dichosa prueba general de diagnóstico. Este año, aparte de las ya tradicionales de matemáticas y comunicación lingüística (ni siquiera se toman la molestia de llamarla como la asignatura: lengua castellana y literatura), la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía ha añadido una prueba más, que nuestro director denominó de "conocimientos", con lo cual supuse que los chavales tendrían que responder a las preguntas de lengua y matemáticas más con el corazón que con la cabeza. En realidad, a la prueba de ciencias naturales le han puesto un nombre tremendamente alambicado que ya ni recuerdo pero que tenía algo que ver con la interacción con el medio físico. Hay que ver lo retorcidos que pueden llegar a ser algunos jerarcas de la educación.
   Ayer se celebró el examen de comunicación lingüística, y voto a Dios que su contenido es digno del más transgresor vanguardismo. ¡Cómo cambian las preguntas de un año a otro! El año pasado había una grabación extraída de la radio de una lucentina que se quejaba de un problemilla que había sufrido su hijo con la DGT; este año había una grabación extraída de la radio de una andaluza que describía la labor del 112 y daba algún que otro consejo. El año pasado, los alumnos debían detectar en la grabación extraída de la radio rasgos dialectales en el habla de la lucentina; este año, los alumnos debían detectar en la grabación extraída de la radio rasgos dialectales en el habla de la responsable del 112. 
    Nada nuevo bajo el sol, pues. Como comentamos el año pasado (Dios mío, ya ha pasado prácticamente un año), es curioso que todos los años la Consejería pregunte por las hablas andaluzas en unas pruebas en las que no hay ni un solo contenido, ni teórico ni práctico, del estudio de la lengua que se salga de la comprensión y expresión lectora. Como conozco cómo funciona cierto personal, ya me esperaba la pregunta, y no tuve que esperar mucho para encontrarla: era la primera. 
    Por su parte, los alumnos tampoco se enteraron demasiado, porque la mujer del 112 adoptaba en general los rasgos del castellano normativo con la salvedad de la aspiración de la s en posición implosiva y poco más, y eso a los chavales no les sonaba a su andaluz cotidiano. "Habla normal" y "No me he enterado de nada" fueron los comentarios más extendidos sobre la grabación.
   Ý todavía les (nos) quedaba por sufrir lo peor, que contaré en otra entrada, porque de recordarlo sólo se me está poniendo el vello como el del erizo de los seguros.
    

lunes, 13 de octubre de 2008

Memento mori

 - ¿Qué hay después de la muerte? -me pregunta a bocajarro un alumno de refuerzo de lengua de tercero de ESO, 14 años, moreno rizado, regordete, cara de bonachón.
   Y yo, que a veces siento apuro al explicar las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre, viéndolos a ellos tan jóvenes, tan lozanos, tan ajenos al descanso eterno, sólo acerté a responderle una obviedad:
    - Eso no lo sabe nadie, caballero.
    Pero la pregunta no le resultó tan obvia a una compañera suya, 15 años, delgadita, rubia con media melena, movida como un nervio, porque, mientras su compañero aseguraba pensar en ello con frecuencia, ella, impertérrita, como si no estuviera contestando al mayor arcano que tiene delante de sí la humanidad entera, sin darse la menor importancia, pues, suelta:
   - Pues claro que hay vida después de la muerte. Como que a mí se me ha aparecido mi abuela. Y más de una vez.
   La respuesta me pareció tan sorprendente como para detener el curso natural de la clase.
   - ¿Cómo que se te ha aparecido tu abuela? -inquirí.
   - Que sí, que sí - terció otra compañera, 16 años, morena, algo entrada en carnes y en ese momento palidísima- que yo también vi a una conocida mía.
   Indagando un poco más, pude saber que la muchacha de 15 años había dormido unas noches en la habitación en la que descansaba su abuela y en la que tal vez dejó el siglo, la pobrecilla. Su nieta no pudo soportar las tinieblas de su cuarto y, acunándose compulsivamente de un lado a otro de la cama, consultando sus miedos con la almohada, acabó por proyectar la figura de su abuela en el negror de la noche como en un negativo de una pantalla de cine. Pura aprensión.
   Intenté explicárselo a mis alumnos procurando no desvanecer las ansias de inmortalidad del chaval al que la muerte inquietaba con algo de premura, pero no creo que lo consiguiera. Al fin y al cabo, no podemos dejar de ser esclavos de nuestros miedos.

    
In ictu oculi de Juan de Valdés Leal. Hospital de la Caridad, Sevilla.
Arriba, Vanitas, de Pieter Claesz.

viernes, 3 de octubre de 2008

Palabras perdidas (II): El delincuente honesto (o los ladrones somos gente honesta)

Parece que la misma suerte que está corriendo la palabra viajante, de la que hablamos aquí en días pasados, le espera a mi pobrecito adjetivo honrado y a su sustantivo correspondiente, honradez, de manera que habrá que modificar en las adaptaciones de los clásicos el nombre de las obras de teatro y escribirlas tal y como aparecen en el título de esta entrada. El delincuente honrado y Los ladrones somos gente honrada han muerto; vivan El delincuente honesto y los ladrones honestos.

Llevo varios días explicando a mis alumnos que la lengua y la literatura son productos de la sociedad que las crea y, pensando en el porqué de tamaña desaparición o de tamaña sustitución, por decirlo más exactamente, quizá se deba a que el mundo de hoy es menos honrado que el de ayer (véase Lehman Brothers and company), pero, por otro lado, tampoco puede decirse que sea más honesto.

En el diccionario de la RAE, honesto aparece como sinónimo de honrado sólo en la cuarta y última acepción. Honesto era, principalmente, la persona pudorosa o decorosa. Pero la diferencia con honrado ha acbado por desaparecer, así que los hablantes han optado por eliminar una de ellas, especialmente políticos y periodistas, que es de quienes ha partido esta asimilación.

Quizá se haya preferido honesto a honrado porque la honradez se asocia un poco a la pobreza. De ahí la frase "Soy pobre pero honrado", que algunos cambian por la más expresiva "Soy pobre pero limpio", como si hubiera alguna oposición entre ambas palabras. Es la honradez del villano, la honra que proclama poseer Pedro Crespo en El alcalde de Zalamea, Peribáñez y tantos otros personajes de nuestro teatro clásico y que algunos mandamases le negaban al pueblo.

Pero yo ya he aprendido la lección. Si los ricos son honestos, habrá que imitarlos, a ver si nos cae algo. Aunque, pensándolo bien, no entiendo por qué se dice lo de "Soy pobre pero honrado". Más adversativa sería, sin duda, y más en los tiempos que corren, si dijera: "Soy rico, pero honesto".


Gaspar Melchor de Jovellanos, autor de El delincuente honrado.