jueves, 3 de diciembre de 2009

Una habitación con vistas

Santa María del Fiore y Palazzo Vecchio.

Como la de la novela de E.M. Forster y la película de James Ivory, la habitación que ocupamos este verano mis hermanos Álvaro, Diego y yo en nuestro viaje a Florencia tenía unas vistas fantásticas (cfr. foto inferior). Aunque para vistas, las del palacio Pitti, al otro lado del Arno (cfr. foto superior). En alguna vida anterior debimos de pertenecer a una familia enemiga de los Médicis, porque el maravilloso, gigantesco y calurosísimo palacio estuvo a punto de convertir a Diego en agua, como al Garcilaso de las "Hermosas ninfas"y a mí en cojo: me caí tres o cuatro escaleras y parte mi espalda fue a parar a la pared. Y me dolió. Y me indignó profundamente: el celebérrimo almohadillado del palacio Pitti no sirvió, en mi caso, para nada. Coge fama...
En primer término, plaza de Santa María Novella, con la estación de tren y la iglesia homónima. Detrás, de izquierda a derecha, cúpula de San Lorenzo, la catedral y, diminuta, la torre del Palazzo Vecchio en la plaza de la Signoria.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Diego cumple dos años

Hace ya dos años que me presentaron en una habitación del hospital de la Cruz Roja de Córdoba a un bebé que intentaba sobreponerse del frío con el que había nacido con un pijama amarillo y un gorrito azul que prácticamente le tapaba toda la cara. Hoy lo hemos celebrado por todo lo alto con unos regalos que han atacado directamente a sus tres grandes pasiones (si exceptuamos el fútbol): Pocoyó, los coches y... los zapatos.
(Este año se me ha pasado volando. Sólo me ha dado a escribir nueve entradas...)

Coronado desde primera hora de la mañana en la guardería, Diego ha gobernado magnánimamente sobre el aparcamiento de Imáginarium, sus coches y demás posesiones. En la última foto, con mi hermana Alicia y José.

jueves, 26 de noviembre de 2009

El graznido

Hace una semana, en mitad de la noche, me levantó en vilo un grito atronador y terrible, más pavoroso aún como estaba inmerso en el mar de tinieblas que era la habitación a esas horas. A los pocos segundos se repitió el sonido y, entonces, ya más despierto, o por mejor decir, "de turbio en turbio", pude reconocer un graznido horrendo que fue respondido inmediatamente por otro lejano que, quizá precisamente por eso, me pareció más dulce.
Temiendo toparme con el cuervo de Poe, encendí el móvil por no despertar a Adela y me aventuré hacia el balcón. Allí, tras la puerta de madera que nos separaba y por cuyas rendijas se había colado, como el relente nocturno, su asqueroso sonido, debía de estar el pajarraco enseñoreándose orgullamente sobre el estrecho balcón de mi casa. Imaginé que sería un cuervo o un enorme aguilucho de los que dominan el paisaje sobre los tendidos eléctricos o sobre las señales de tráfico y que a veces lanzan sus alas hacia los parabrisas de los coches en las carreteras comarcales de Tierra de Campos como furiosos suicidas poco aplicados.
Hace tiempo que no vivía por estos lares, pero, por más que busco, no encuentro en mi memoria la riqueza de aves con que me topo ahora en mi camino de Sísifo hasta Tordesillas. Y no me extraña: Tierra de Campos (o cierta parte de ella) acabará convirtiéndose en reserva de aves, en parque natural, en un territorio neovirgen sin habitantes.
- Los de Tierra de Campos estamos sentenciados -me dijo Celes, concejal de Palazuelo de Vedija, este verano, y todo indica que en la condena hay más objetividad que pesimismo.
Así, las aves domeñan un paisaje de trigales moteados de pueblos despoblados por los que parece que no pasa el tiempo, pero que, poco a poco, se desangran y mueren.
Golpeé sin fuerza el cuarterón y el pájaro alzó el vuelo sobre la planicie. A esas horas, poco vería de los campos sobre los que gobernarán con mano de hierro él, sus congéneres y sus descendientes, reyes absolutos de estas tierras como lo fueron de la Tierra entera sus remotos ancestros, los dinosaurios.

lunes, 23 de noviembre de 2009

La desaparición del cuyo entra en el Diccionario de Autoridades

Hace dos años largos, cuando comenzaba su intermitente singladura la Blogse, escribí una entrada titulada "En busca del cuyo perdido". Culpaba entonces a la prensa en general de la desaparición (en la escritura, porque en la lengua oral es irrecuperable) de ese determinante relativo que un día también fue pronombre (observable hoy como un fósil del Pleistoceno en un famoso poema de Quevedo) y que en la actualidad no es nada o casi nada.
Pero he aquí que, leyendo un texto de Julio Llamazares (protagonista también de los primeros titubeos de la Blogse), titulado El cielo de Madrid, descubro que algunos escritores también han optado por desterrar al cuyo del lugar que el castellano le había encomendado hasta nuestro tiempo.
"Pasados los dos primeros, de los que ni siquiera llegué a saber el nombre, tan rápido se pasaron[...]", escribe Llamazares sin lágrimas, sin sospechar que ha relegado al tímido y apocado cuyo al paro en tiempos de crisis, sin percatarse siquiera de que la frase "pasados los dos primeros, cuyos nombres ni siquiera llegué a saber" es más económica y más eufónica que la suya. Y sin saber tampoco que su frase podría ser empleada por un anti-Diccionario de Autoridades, al estilo de los primeros que elaboró la RAE, de palabras que han sido abandonadas por su propia sangre e inician el largo camino hasta petrificarse en materia de estudio de la paleontología.

(Julio Llamazares, en una imagen de www.elcorreodigital.com)

El aguijón en el vocablo

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Gajes de la emigración

Efectivamente, he vuelto a los orígenes, como dice Pedro en su comentario a la entrada anterior, aunque no trabajo ni en Palazuelo, Merche, ni en Medina de Rioseco, sino en Tordesillas. En el Juana I de Castilla me he dado cuenta de que el entorno sí marca algunas diferencias en la enseñanza de la lengua: eliminar los ejercicios de ortografía relacionados con el seseo y con la pérdida de las -d-, por ejemplo; o un caso más extremo: el del leísmo y el laísmo.
En La Puebla de los Infantes prefería pasar de puntillas sobre el tema, porque allí sólo incurren en el leísmo de persona, aceptado incluso por la RAE, y explicarles errores que no cometen me parecía más contraproducente que beneficioso; pero sí se lo comentaba brevemente, y cuando les ponía ejemplos del tipo "la dijo que viniera" o "cógele" refiriéndose a un libro, se reían y, con gran incredulidad, preguntaban dónde se decía eso, porque no lo habían oído nunca.
Cuando hace un par de semanas explicaba el laísmo y el leísmo en Tordesillas, muchos alumnos , laístas militantes, me espetaron que "la dijo que viniera" no era ningún error, y que la versión correcta, "le dijo que viniera", sonaba fatal. Que quién decía eso.
Y, recordando la respuesta de los chavales de La Puebla, tan parecida (y tan contraria) a la de estos de Tordesillas y pueblos aledaños, no pude hacer otra cosa que reírme y decir para mis adentros: "gajes de la emigración".

domingo, 15 de noviembre de 2009

Desde Palazuelo de Vedija

Plaza Mayor de Palazuelo. En primer término, el Monumento al Marranero. Detrás, el palacio de los Cuadrillero y la iglesia de Santa María del Barruelo.

Han pasado tantos meses de silencio bloguero, de estado latente, de muerte virtual en vida, que a la Blogse le ha dado tiempo a mudarse de ciudad, provincia y hasta de comunidad autónoma. Sus huesos cibernéticos han ido a parar a un pequeño pueblo del noroeste de la provincia de Valladolid, entre ondulados campos de cereal, llamado Palazuelo de Vedija.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

No estaba muerta: estaba de parranda.

Hace unos días los medios de comunicación dieron la noticia de un tipo que apareció vivito y coleando en su propio entierro, como el estudiante Lisardo de la leyenda, con la diferencia de que aquel, el actual, asistió a la inhumación de una persona a la que, sencillamente, habían confundido con él. La vida y la muerte de una persona nunca dependió tanto de la opinión de los demás como en este caso. Cinco magníficos familiares, cinco, identificaron un cadáver erróneo. ¿Tantos deseos tenían de verlo muerto? Seguro que el falso finado se estará formulando esa pregunta ahora mismo.
El caso es que el protagonista del luctuoso evento irrumpió en el acto saltándose a la torera el más elemental protocolo que rodea a un entierro: que sea el muerto el que esté en el féretro y, además, que el fallecido no acuda con la primera tajada. ¡Qué fácil habría sido incinerar a este muerto! Habría ardido con más facilidad que Heracles.
Pero no, no estaba muerto: estaba de parranda. Y entonces me vino a la cabeza, no sé por qué, mi blog; abandonado el pobre desde el mes de abril, ni más ni menos. Y entonces supe que mi inconsciente tenía razón: que la blogse no estaba muerta, estaba de parranda. Y que ya era hora de que volviera, aunque fuera arrumbada y borracha.

P.D. Lo triste de esta historia es en lo que casi nadie ha reparado: en que había un tipo que no estaba de parranda: estaba sencillamente muerto. D.E.P.

lunes, 27 de abril de 2009

martes, 21 de abril de 2009

Pulmón verde

Por lógica, Ayrtom Sidorkin debería ser el hombre que mejor respirara del mundo; y, sin embargo, tuvo que presentarse en el hospital con fuertes dolores en el pecho y una tos que acarreaba sangre. En las radiografías, los médicos pudieron observar una mancha pulmonar que parecía un tumor, pero la biopsia que se le practicó al enfermo dio unos resultados desconcertantes. Las extrañas agujas verdes que le extirparon al paciente en la prueba, según descubrió el cirujano en la operación posterior, correspondían a una rama de abeto de cinco centímetros que había enraizado en el pulmón de Sidorkin.

La historia es bastante inverosímil (aunque ya enseñaba Aristóteles que lo inverosímil no ha de ser necesariamente falso). Hubiera escamado bastante más que de la rama de abeto pendieran espumillones, una bola de navidad, y la figura de Papá Noel cantando a voz en grito "Hacia Belén va una burra, rin, rin".

El pobre Sidorkin nunca imaginó que la sabia naturaleza rusa pudiera causarle tanto daño, que su cuerpo pudiera convertirse en un vivero. Quizá el abeto, harto de que el hombre utilice a los árboles como "pulmón de la Tierra" o, simplemente que, cansado, asqueado, ahíto de metáfora tan manida, planeara una paradójica venganza y fuera a aposentarse en un pulmón humano nada metafórico. "Tropos, los justitos".

Imagino que, antes de salir del hospital, a Sidorkin le habrán sometido a un reconocimiento completo. Espero que no le hayan encontrado nada más, porque como, aparte del abeto en el pulmón, tenga hongos en los pies y golondrinos en las axilas, van a tener que nombrarle por lo menos parque natural. O reserva de la biosfera.

jueves, 2 de abril de 2009

Las Memorias de un setentón, de Ramón de Mesonero Romanos

Durante estos meses de silencio bloguero he descubierto la figura de Ramón de Mesonero Romanos. Lo conocía de algún cuadro de costumbres de las Escenas matritenses y de oír su nombre asociado casi siempre al de Larra y al de Serafín Estébanez Calderón, pero ignoraba la existencia de sus Memorias de un setentón, compuestas en las postrimerías de su larga vida (más aún teniendo en cuenta la esperanza de vida en el siglo XIX). En ello tal vez no tuviera escasa parte su patrimonio, heredado de su padre (salamanquino, como dice el propio Mesonero hijo), que le permitió una vida regalada sin dar un palo al agua por obligación. Volcó toda su dedicación a sus aficiones literarias y a las inclinaciones filantrópicas propias de un burgués moderado de su época con deseos de que su país y, en particular, su ciudad natal, Madrid, en cuyo ayuntamiento ocupó el puesto de concejal durante algunos años, progresaran.
Escritas con una prosa algo altisonante para nuestros días, pero aun así ágil y amena, estas memorias pueden dividirse en dos partes. En la primera, que transcurre entre la invasión napoleónica y la subida al trono de Isabel II, Mesonero Romanos deja que los sucesos históricos prevalezcan sobre los recuerdos propios, aunque se mezclen ambas facetas. No falta, incluso en este apartado, algún cuadro de costumbres de la sociedad madrileña de ese período, pero es a partir de 1833, con el sosiego de la política española, cuando las excepcionales dotes de observador de Mesonero van a campar a sus anchas.
El libro es apasionante en sus dos partes, en la narración y el análisis del la Guerra de la Independencia, de los reinados de José Bonaparte y del alevoso Fernando VII, y en la descripción de los usos y costumbres de los españoles de la época, así como del mundillo cultural y literario fundamentalmente romántico.
Estas memorias nos acercan a un hombre entrañable de prodigiosa memoria que mira al pasado sin rencor y sin afán de protagonismo, que recuerda con ternura a los personajes de los círculos literarios con los que compartió la primera mitad del XIX , que buscó ante todo el progreso de sus conciudadanos y que, a falta de otro oficio, ejerció, como reza la descuidada edición de Crítica, el de "madrileño profesional".

Ramón de Mesonero Romanos, Memorias de un setentón, Barcelona, Crítica, 2008

jueves, 26 de marzo de 2009

Y no hallé cosa en que poner los ojos...

Hace unos días, mi hermano Diego colgó en su blog una viñeta de El Roto titulada Oficina de empleo en la que aparecía el marco de una puerta por la que pasaban casi en círculo una multitud de personas grises, tristes, sin esperanza, condenadas a atravesar una y otra vez por el maldito marco de la oficina. La sensación de destino inalterable me recordó los castigos envenenados de la mitología griega, pero además me trajo a la mente una imagen no mitológica, sino real. La vi saliendo de Úbeda el lunes posterior al día de Andalucía frente a la tosca plaza de toros ubetense, que, pese a estar construida en el siglo XIX, más bien parece un castro prerromano. Justo en la otra acera se concentraban más de cien personas. Observé el gentío y pude ver que se dirigía hacia una oficina de empleo.
Me restalló Quevedo en la cabeza: "Y no hallé cosa en que poner los ojos/ que no fuese recuerdo de la"... crisis.

martes, 24 de marzo de 2009

Despertar del vudú

Dice mi querida Merche Pallarés, no sin una sorna monumental, que mi próxima entrada será en el segundo o tercer cumpleaños de mi hijo, Diego, y al paso que iba la burra, más había en ello de verdad de lo que me imaginaba cuando leí su comentario. Escribí mi última entrada el 3 de diciembre, justo después de las sesiones de evaluación del trimestre pasado, y escribo ésta cuando ha transcurrido ya una semana de las de este trimestre. Como bien dice la palabra, han pasado tres meses y, aunque este blog (como, dicho sea de paso, La lúgubre góndola) es bastante propenso al Guadianismo (por decirlo así), o a los agujeros negros, ninguna interrupción es comparable a esta última. Parece como si a este blog le hiciera vudú (o vodú, que decía mi admirado profesor de la facultad Ricardo de la Fuente) algún chamán prehistórico para volverlo por un tiempo a estado latente, como un vulgar murciélago. Así que este blog ha hibernado los tres meses de invierno. Y despierta de su letargo, como el oso Yogui, con la llegada de la primavera.