Con las elecciones de EE.UU. y el flamante equipo de gobierno que día a día vamos leyendo en la prensa y vemos en televisión e internet compruebo por enésima vez la pereza mental que inunda el periodismo cuando se trata de traducir términos de otros idiomas (en particular, del inglés) al nuestro. Aunque el periodista cuenta con la dificultad (y la excusa) del apresuramiento, de la inmediatez, lo cierto es que la traducción literal asoma la cabeza en novelas y otros textos que pueden estudiarse con más detenimiento, como contaba hace ya tiempo Javier Marías en El País Semanal.
La rapidez que implica la noticia no exime al periodista de la falta que comete cuando se incurre en ella hasta la saciedad o cuando se repite mecánicamente sin reparar en su significado en español o en que ya existen las palabras precisas en castellano para denominar aquello que ha de traducirse. Las traducciones literales al principio chirrían, pero luego se van adaptando a nuestro discurso. Nuestros oídos, desde luego, se acostumbran a todo.
El día de las elecciones americanas los oídos me lloraban ya de escuchar continuamente las palabras "votos electorales" y "votos populares". Venían a mis oídos y se enseñoreaban de ellos como música de las estrellas. Y en el hartazgo que se iba apoderando de todo mi ser, acabé reflexionando sobre el significado de "votos populares" y "votos electorales". ¿Qué coño quería decir eso? Deduje por mis propios medios que el sintagma "votos populares" venía a referirse a lo que en España llamamos "votos" a secas, y los "votos electorales" a lo que denominamos "escaños" o bien en este caso "delegados". ¿Por qué entonces repetir continuamente eso tan americano de "votos electorales" y "votos populares" si tenemos prácticamente que imaginarnos su significado?
(Continuará)