viernes, 30 de mayo de 2008

Inveromilitudes de cine (III. El amor en los tiempos del cólera)

La película que me devolvió a los malos tiempos de Sunshine (1999) fue El amor en los tiempos del cólera, dirigida por Mike Newell. Decía en la anterior entrada que la inverosimilitud de Sunshine radicaba en que un solo actor interpretaba a varios personajes, como ocurre en las producciones de bajo presupuesto o como una más de las humoradas del sin par (menos mal) Eddie Murphy. En El amor en los tiempos del cólera, basada en la novela homónima de Gabriel García Márquez (como todo el mundo sabe), un solo personaje es interpretado por dos actores distintos.
El protagonista de la obra se llama Florentino Ariza, un joven que se enamora perdidamente y para siempre de Fermina Daza, fémina (¡vaya juego de palabras!) que en un primer momento le corresponde pero que más tarde lo rechaza por diversos motivos que no comentaremos porque no es nuestra intención elaborar un resumen de la película.
Al comienzo, Florentino cuenta ya unas veinte primaveras (si no veintialguna). Es un joven apuesto interpretado por Unax Ugalde (actor que protagonizó Alatriste, lo cual me permite cerrar el ciclo de esta miniserie al estilo de Azul, Blanco y Rojo de Kieslowski). El destino hace que los amantes se separen unos años y, tras el pertinente corte, aparece en escena un tipo con cara de panoli que aparentará unos treinta y tantos años. En la vida real, el tipo en cuestión responde al nombre de Javier Bardem, pero en la trama el espectador no sabe quién es ese personaje. La duda, no obstante, se despeja pronto cuando alguien, estratégicamente situado, le llama por su nombre: Florentino Ariza. "¿Que ese es Florentino? ¡Cómo ha cambiado en diez años! Por Dios, si al lado de esto la metamorfosis del kafkiano Gregorio Samsa parece un cambio de look. Estuve al menos media hora asimilando el cambio radical de Unax Ugalde a Javier Bardem. Que me perdonen el director y demás responsables de la película, pero sé por experiencia que el ser humano no cambia tanto de la veintena a la treintena. Afortunadamente.
No es la primera vez que un mismo personaje (a una edad semajante) es interpretado por dos actores distintos. Lo probó el gran Buñuel con Ángela Molina y Carole Bouquet en Ese obscuro objeto del deseo, pero en El amor... la dualidad no obedece a ninguna intencionalidad artística. Se explica más bien por la conveniencia de contar con el oscarizado (horrible término) Javier Bardem y por la imposibilidad manifiesta de caracterizarlo como un joven de veinte años. No sé qué de las dos opciones es más verosímil, si el remedio o la enfermedad, pero el caso es que la lógica sí imperó en el caso de la protagonista femenina, interpretada por Giovanna Mezzogiorno en todo su decurso vital, desde la primera juventud hasta la más anciana de las vejeces. La solución empleada para Florentino no creo que haya convencido a nadie, ni siquiera a sus creadores. Ya son ganas de estropear una buena película.
Los protagonistas de la película.

martes, 27 de mayo de 2008

Inverosimilitudes de cine (II. Sunshine, 1999)

Más aburrida que Alatriste me resultó Sunshine (de 1999, no confundir con la homónima de 2007), una película de tres horas de duración que se me hicieron tediosamente eternas. Tenía la sensación de que me estaba creciendo la barba y de que mis doloridas sienes iban a estar completamente blancas cuando me levantara del sofá. Sunshine narra la historia de varias generaciones de una familia centroeuropea. El actor que representa a la primera es Ralph Fiennes, que realizó un trabajo magnífico en La lista de Schindler poniéndose en la piel del comandante de campo nazi Amon Goeth. Cuando el primigenio Sunshine muere (momento en el que, por cierto, yo ya estaba deseando que cayera la familia entera), la historia se centra en su hijo, figura encarnada ¡por Ralph Fiennes!. Lo primero que hace el espectador es fruncir el ceño en señal de desconcierto, o bien abrir los ojos como platos en señal de lo mismo. Inmediatamente después se asombra de las insobornables leyes de la genética y, finalmente, al menos yo, desea sádicamente que le llegue su hora y a poder ser cuanto antes. Tras mucho batallar con el tiempo, el deseado momento le llegó (no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague) y a esas alturas yo estaba ya loco no sólo por que muriera él y su familia: deseaba fervientemente que explotara la televisión o que cayera una bomba nuclear que acabara con la civilización causante de aquel engendro aunque me destruyera a mí también.

Pero hete aquí que después de la muerte del segundo Sunshine lo sucede en el puesto su hijo, es decir, el nieto del primero, y ¿a que no adivinan quién es el actor que hace su papel? Premio: Ralph Fiennes. Maldita genética la de esta familia, que da trillizos donde debería dar hijos y nietos, que crea un ser que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, uno y trino, Dios único y todopoderoso de una escena que para mí se había convertido en el mismísimo infierno.

Reconozco que fueron momentos difíciles y que los superé como pude: con ayuda de especialistas, es decir, con buenas películas. Pero este fin de semana esos tiempos regresaron a mi mente nítidos y cristalinos viendo una película que contenía el mismo elemento discordante aunque en su versión contraria, como se verá, si los hados me son propicios, en la próxima entrada.

lunes, 26 de mayo de 2008

Inverosimilitudes de cine (I. Alatriste)

Cuando termina una película, la gente suele levantarse inmediatamente de sus asientos sin esperar a los títulos de crédito. Los que permanecen sentados viendo pasar nombres y más nombres, saben que los títulos de crédito duran al menos cinco minutos. Toda esa gente trabaja, cada uno en su campo, para que el resutado de la película sea óptimo y, sin embargo, internet está lleno de gazapos en los que no ha reparado ninguno de los cientos de ojos responsables del resultado final: un reloj en manos de un gladiador romano, copas que se vacían y se llenan por arte de magia, Humphrey Bogart en la puerta del tren con la gabardina seca un segundo después de que le hubiera caído encima el mismísimo diluvio universal...

Los errores son muchos y quizá cada película pueda presumir del suyo. Pero a veces el fallo no es consecuencia de un descuido, sino absolutamente consciente, y en estos casos el error es, por eso mismo, más grave, porque afecta a la propia estructura de la obra e incluso a su verosimilitud. No es verosímil, por ejemplo, que Diego Alatriste, soldado y mercenario español del siglo XVII, hable castellano con una extraña voz que no llega a enmascarar el acento extranjero de Viggo Mortensen. Yo no pude dejar de pensar en otra cosa en cuanto a Alatriste le tocaba abrir la boca, es decir, durante toda la película, que, por cierto, tenía un guión desaliñado y carente del más mínimo rastro de unidad y de sentido narrativo. Agustín Díaz Yanes debería haberle agradecido a Mortensen sus esfuerzos por adecuar su acento angloargentino al castellano de España y, acto seguido, comunicarle que lo mejor para la película (y hasta para su carrera) era que un doblador profesional se encargara de decir su papel. Pero Díaz Yanes no se atrevió a incomodar a Mortensen o, simplemente, se dejó deslumbrar por el rutilante brillo que desprenden las estrellas de Hollywood. La película, desde luego, se resiente de ello.

Viggo Mortesen es Diego Alatriste

miércoles, 21 de mayo de 2008

Los patios de Córdoba (II)

En el cuidado de los patios suele verse a un hombre o una mujer mayor moviéndose con diligencia entre los visitantes o sentado a la salida junto al cestillo de las voluntades. Viéndolos, uno se pregunta si la tradición perdurará o si se extinguirá poco a poco, según vayan desapareciendo quienes hoy la mantienen viva.
Esta vez había en san Basilio muchos menos patios abiertos que otros años. Yo siempre he ido de noche, bajando por la tortuosa calle totalmente repleta de gente que baila bajo los espesos ramajes de rejas y balcones, y de otra que espera las colas para acceder a algún patio, lo bastante numerosos como para tener que cruzar constantemente de una acera a otra.
Este año, sin embargo, sólo se podía entrar en cuatro o cinco casas. El patio de la foto de ayer, que recibía habitualmente algún premio del concurso, estaba cerrado a cal y canto. Fui buscándolo expresamente hasta que me di de bruces contra la puerta. Desconozco si las razones están relacionadas con la pérdida de la tradición, o del interés, o si responden al contencioso que los vecinos mantienen con el Ayuntamiento de Córdoba. Las calles del Alcázar Viejo estaban forradas de pasquines que advertían de que un representante de la Corporación municipal, presidida por Rosa Aguilar, iba a reunirse con las asociaciones del barrio y anulaban una manifestación convocada el lunes pasado para pedir aparcamientos y servicios sociales.
Tal vez por eso han abierto menos vecinos las puertas de sus casas, cuando en otros barrios no ha ocurrido lo mismo. En la Axerquía, el barrio que se edificó tras la llegada de Fernando III el Santo (donde están las llamadas iglesias "fernandinas"), se podían visitar multitud de patios. Yo los visité todos (o casi todos) el año que viví en Córdoba capital, precisamente en ese barrio, junto a San Andrés, que está un poquito más abajo de San Pablo. Aparte de a mis dos santos, tenía muchos patios cerca, en San Agustín y Santa Marina, incluidos los del Palacio de Viana.
Este domingo se han cerrado al público las puertas de los patios hasta el año que viene, pero en Córdoba hay poco tiempo para las lamentaciones. La feria aguarda a la vuelta de la esquina.

lunes, 19 de mayo de 2008

Los patios de Córdoba (I)


El año tiene doce meses (que se corresponden con las doce causas de Telecinco), pero los cordobeses se empeñan en apiñar todas sus fiestas, una tras otra, en el mes de mayo. En él se suceden vertiginosamente, semana tras semana, las cruces, los patios y la feria de Nuestra Señora de la Salud, y aún les queda tiempo para insertar entre medias la cata del principal vino de estas tierras, el Montilla-Moriles.

El sábado fui a Córdoba de patios, y no hacía falta ser Sherlock Holmes (¡no!, ¡otra vez Holmes, no, por favor!) para averiguar dónde se encontraban, porque venían anunciándolos hordas de ávidos visitantes apostados ante sus portales

En San Basilio, una de las zonas de patios, rejas y balcones más típicas, ríos de gente se arremolinaban, sitiaban las calles estrechas y se arracimaban en torno a las puertas. Entre la multitud se destacaban los guías turísticos, que comandaban grandes grupos con la ayuda de un paraguas tan maravilloso como el de Mary Poppins y tan embriagador como la flauta del flautista de Hamelín.

La visita a los patios es bien sencilla: uno se va apostando a las colas que se le van ofreciendo (aunque con Diego y su sillita, Adela y yo no teníamos otro remedio que irnos turnando) y entra por el zaguán que desemboca en el patio propiamente dicho. Después, describe un círculo o un rectángulo perfecto y se vuelve con viento fresco por la misma entrada aunque por el lado opuesto, en un movimiento contrario al de las agujas del reloj.

El personal suele ir bien pertrechado de cámaras de fotos y de vídeo, y dedica los minutos que disfruta en el interior del patio a fotografiarlo compulsivamente mientras otros escudriñan con interés el pozo que adorna muchas de estas corralas con tanto apasionamiento que a veces entran ganas de decirle a alguno lo del chiste: "Sí, señor, sí. Ha acertado usted: esto es un pozo".

Por lo demás, los patios suelen estar repletos de flores, que destacan en sus macetas sobre el blanco encalado de las paredes, y desprenden el encanto que provoca el retorno a un tiempo que en muchos otros lugares está ya muerto y enterrado.

jueves, 15 de mayo de 2008

El bicho que sabía demasiado

Vi al bicho moviéndose por la pared mientras tecleaba en el ordenador, una pequeña mancha negra que avanzaba lentamente de arriba a abajo destacada en medio de la superficie verde clara. Desde lejos me pareció una araña, pero al observarlo de cerca ya no estuve tan seguro. Tenía algo parecido a dos alas, así que pensé que quizá fuera una hormiga alada (alúas, las llaman por aquí) o algo por el estilo, pero su cuerpo me seguía recordando al de una araña. Araña u hormiga, Gregorio Samsa o lo que fuera (la naturaleza es pródiga y generosa con insectos, arácnidos, coleópteros y demás invertebrados en la vega del Guadalquivir), yo particularmente no estaba dispuesto a consentir que se paseara libremente, como si tal cosa, por mis dominios.

Me quité el zapato del pie derecho con sigilo y lo acerqué cuidadosamente, con tiento y disimulo, hacia el insólito animal, que no ofreció demasiada resistencia. No sé si me vinieron a la mente las siglas "R.I.P" o las palabras "uno menos". Miré su cuerpo, más que aplastado, arrugado y contraído, pero muerto al fin y al cabo, y me entraron ganas de rodear su silueta con tiza para marcar el lugar exacto del asesinato.

Si el bicho hubiera sido más grande, o más horrendo, le hubiera rematado a conciencia con un par de hostiones más, pero en esta ocasión no se los di, en parte por pena (ya había sufrido bastante), en parte por no dejar la pared como un Cristo.
Volví al ordenador para terminar lo que estaba haciendo antes de sacar un pañuelo, amortajar con él al bichejo y arrojarlo a la basura. Y tecleando estaba cuando veo, más perplejo aún que al acabar de leer la noticia de la contusión vulvar de Beas de Segura, que la hormiga, la araña o lo que demonios fuera el asqueroso bicho ese, se rehace, recompone su forma original y se lanza pared abajo para, antes de poder reventarlo con mi zapato (juro que el golpe hubiera parecido más bien un epicentro), esconderse detrás del cabecero de la cama y dejarme con un cabreo de tres mil pares de narices, burlado por un bicho deforme que ha demostrado ser bastante más listo que yo.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Gerona, Lérida, La Coruña y Orense, a la deriva (II. El mapa y la Real Academia)

Todos los mapas de hoy siguen estando en un idioma, el español en los pensados para hispanohablantes. En el mapa uno busca Alemania, no Deutchland, o Austria, no Österreich, y no figuran ni United Kingdom ni United States, sino Gran Bretaña o Estados Unidos. Habría que ver quién se enteraba de qué países se encuentran bajo denominaciones crípticas como Suomi, Hrvatska o Magyarország, que no son otros sino Finlandia, Croacia y Hungría, respectivamente. Y no digamos si hubiera que escribir los nombres en árabe o en chino mandarín.
Con las ciudades sucede lo mismo que con los países: en los mapas viene Londres y no London, Mantua y no Mantova, Varsovia y no Warszawa, y paro ya porque podríamos alargarnos hasta el infinito y no merece la pena dejarse la vida en redundancias.

Antes he dicho que todos los mapas están sujetos a un idioma, español, catalán, inglés, o el que sea, pero no es cierto. La excepción es el mapa de España, que está escrito en varios a la vez y sin mucha coherencia, por cierto. Mis alumnos del Ámbito lingüístico y social de Diversificación Curricular de Tercero de ESO (manda huevos, que diría Trillo) se enfrentan en su libro de texto (de Editex, p.140) a un mapa de España que ni está en castellano, ni en catalán, ni en vasco, ni en gallego, sino todo lo contrario, todo junto y separado al mismo tiempo.
Por supuesto que no aparecen mis queridas Gerona y Lérida, ni La Coruña u Orense, pero sí Cataluña y Galicia, así, tal cual, cuando lo más congruente, teniendo en cuenta que figuraban Girona, Lleida, A Coruña y Ourense, hubiera sido sustituirlas por sus topónimos en catalán y gallego: Catalunya y Galiza. País Vasco y Comunidad Valencia también están escritas en español, pero no las Islas Baleares (Illes Balears). La confusión reinante se completa con la denominación bilingüe de las capitales de País Vasco y Comunidad Valenciana.

A mi modo de ver, lo lógico hubiera sido poner todas las ciudades en sus dos denominaciones (la de las lenguas oficiales de cada comunidad) o todas en español, que es la lengua en la que está elaborado el mapa. No se me escapa que los nombres se hayan tomado del idioma en el que los lugares figuren oficialmente, pero eso conduce a una grave confusión, y sólo se explica por motivos políticos.

Cuando a la RAE se le preguntó cómo había que decir en español los topónimos como Orense y Lérida, contestó que en español. Parece una tautología (el que habla en español dice las cosas en español, como el gallego en gallego o el francés en francés), pero en España, y más para ciertas cosas, la lógica es un trasto viejo que ha quedado fuera de combate. A Víctor García de la Concha, y por extensión a la RAE, se le echaron encima todos los nacionalistas, que rugieron como leones salvajes para desacreditar a la institución tildándola de desfasada y autoritaria, y a sus miembros de intransigentes, carcas y poco menos que fachas, que es lo que suelen hacer ciertos "demócratas" cuando una opinión (más si es fundamentada) no se atiene a sus criterios.

La RAE dio su opinión ante la duda (que no es vinculante en ningún caso para los usuarios de la lengua, como explicó el recién ingresado académico Javier Marías en EPS este domingo), pero muy poquita gente le hizo caso. Y es de ver la tristeza con la que Orense, Lérida, La Coruña o Gerona, desvalidas y abandonadas se van consumiendo entre olas gigantes que las van condenando, lenta pero irremisiblemente, al clamoroso silencio de las insondables profundidades abisales...

martes, 13 de mayo de 2008

Gerona, Lérida, La Coruña y Orense, a la deriva (I)

Hay palabras que se han ido disolviendo en el pasado como una pizca de sal en pleno océano, vocablos sin suerte que perdieron el favor de los seres humanos que los pronunciaban y les hacían cosquillear en forma de ondas mientras se adentraban como la nave Argos en el oído de sus interlocutores. Después, los hablantes que habían confiado en ellas las abandonaron y ahora se agarran sin esperanza a los restos del naufragio, a una débil tabla a la deriva, para no hundirse definitivamente.
Se me vienen a la mente las palabras Gerona y Lérida, tan campantes ellas, tan felices, ignorantes hasta el último momento de que iban a ser desterradas de los mapas a golpe de decreto. Un día lejano, de hace diez o quince años, anunciaron en el telediario algo así como que estábamos equivocados, que nos habíamos pasado la vida hablando de Gerona y de Lérida cuando lo que teníamos que decir era Girona y Lleida, y algo más tarde nos enteramos también de que había que decir A Coruña y Ourense, y no las falaces y mentirosas denominaciones de La Coruña y Orense, invenciones quijotescas de un mundo ya caduco.

Yo echo mucho de menos a Gerona y a Lérida, a La Coruña y a Orense, que existen tanto como Teruel y Soria, y siempre he advertido a mis alumnos de cómo las llamábamos en la Antigüedad, porque ningún mapa recoge hoy su nombre en castellano. "En mi época decíamos...", y al acabar la frase con ojos lánguidos y arrobado gesto no puedo dejar de sentirme como el abuelo Cebolleta contando batallitas inventadas a los nietos.

jueves, 8 de mayo de 2008

Historia de una contusión vulvar

A veces uno tiene la sensación de que ha visto todo en este mundo, de que la vida ya no va a sorprenderle de nuevo, y en ese momento de madurez inmadura aparece una noticia inverosímil que vuelve a sumirlo en la perplejidad más absoluta.


En Beas de Segura, una mujer de 74 años ha sido condenada por agredir a otra en los genitales durante el pésame de un funeral. Me imagino allí a Refugio M.S., en medio de la penumbra de la iglesia, guardando cola para transmitir sus condolencias a la inconsolable familia del finado y esperando ansiosamente para cometer su infame acción.


El acto en sí debió de ser espontáneo, porque la situación fue imprevisible, pero también puede que la anciana meditara unos segundos su tropelía mientras avanzaba la bulliciosa fila hacia los allegados del difunto. "Te tengo que sacar el coño", le espetó a la víctima sin exordio alguno como una vulgar posesa por exorcizar, y, acto seguido, armó su pulgar y su índice, que debieron de titilar en medio de la oscuridad de la iglesia como florentinas dagas sedientas de sangre, y lanzó un pellizco asesino ante la perpleja mirada del santoral que adornaba las paredes del templo.
La víctima seguramente pegaría un grito, o se retorcería de dolor o de pánico ante el ataque, (dirigido con eficacia marcial y sin daños colaterales, como un entrenado piloto de un caza americano), hacia lo que en boxeo se llaman partes bajas, es decir, la vulva, o sea, el coño, lo cual no deja de ser meritorio teniendo en cuenta la dificultad de pellizcar en la susodicha zona de la anatomía femenina.
Cuando la mujer llegara finalmente a dar el pésame, si es que pudo, a los familiares les dejaría absolutamente pasmados el dolor que traslucían sus palabras: "Yo pensaba que apenas se conocían y fíjate, se la ve muy afectada". "Te acompaño en el sentimiento, diría ella, "y no sabes cuánto".
Paradójicamente, a esta mujer la vulva le dolía un huevo. Tanto que la pobre se presentó al poco rato en el centro de salud del pueblo. Allí inspeccionaron detenidamente la zona y detectaron en ella una extraña "contusión vulvar". La Audiencia Provincial de Jaén se ha basado en ese diagnóstico médico para condenar a la agresora por lesiones, aunque ha tenido a bien reducirle la multa a 90 euros por su condición de pensionista. No olvidemos que Refugio no es más que una pobre, inocente y desvalida ancianita.

lunes, 5 de mayo de 2008

Sherlock Holmes (III) (Holmes y House)

Tercera entrada sobre Sherlock Holmes y espero que la última, porque si no, el blog deberá cambiar de nombre inmediatamente.

En alguno de los post anteriores comenté que numerosas series policíacas eran deudoras del inmortal personaje de Conan Doyle, pero hay una serie muy alejada del mundo detectivesco que también ha tomado algunos rasgos suyos. Los creadores de House han dicho explícitamente que el protagonista de su serie está basado en Holmes y, de hecho, en internet puede encontrarse una foto de Hugh Laurie (el actor que encarna magistralmente al incívico Gregory House) con los atuendos típicos del investigador inglés.
El nombre de House está tomado precisamente de Holmes, que se parece a home, casa en inglés como House (sus confidentes son Watson y Wilson). Aparte de este detalle, el parecido entre ambos se reduce, a mi modo de ver, a la capacidad deductiva que demuestran cada uno en su ámbito y a la desgana que les provoca la vida sin enigmas que pongan a prueba sus cualidades mentales y que, a su vez, les conduce al consumo de drogas. House aborda sus diagnósticos como un investigador privado. En múltiples ocasiones, sus ayudantes o él mismo allanan la morada del enfermo en busca de pruebas que le permitan orientar su diagnóstico, dado que sólo le llegan casos de pacientes desahuciados. Con ellos, como Holmes con sus misterios, House se pone a prueba. Son misterios médicos.
Son semejanzas importantes, pero House es muy diferente a Holmes en otros aspectos. El médico tiene un carácter intratable. Es ingenioso, pero también desagradable, antipático, grosero y carece totalmente de tacto. Sus decisiones están a menudo teñidas de arbitrariedad. Holmes usa con frecuencia la reducción de opciones hasta la más lógica. House suele hacer exactamente lo contrario. El investigador inglés, al contrario que el médico norteamericano, es un gentleman. Consume cocaína (al menos en El signo de los cuatro o La señal de los cuatro), pero eso no afecta a su relación con el doctor Watson ni con el resto de sus congéneres, que es exquisita. Todos sus conocidos reconocen sus excepcionales cualidades, lo estiman y respetan. De esto último no puede presumir Gregory House; y cada vez menos, porque las frases demoledoramente ingeniosas que repartía por doquier en la primera temporada, han ido desapareciendo paulatinamente. Y, sin frases geniales, House no es más que un médico maleducado y egocéntrico que parece disfrutar maltratando a sus pacientes, a los que, por cierto, salva demasiadas veces de pura chiripa.



Cuatro, tras varios meses de promesas baldías, ha comenzado a emitir la tercera temporada.