Un colegio inglés ha suspendido de su cargo a una profesora por participar en un anuncio en el que aparecen algunas escenas eróticas. Dos años antes de comenzar su actividad docente, Sarah Green se metió en el papel de una secretaria que sucumbe a los encantos de un albañil.
La incomprensible reacción de los padres de los alumnos y la decisión adoptada por la dirección del colegio no son sino una muestra más de la regresión de las libertades que sufre el individuo en las sociedades actuales, democráticas, tolerantes y multiculturales, pues tanto unos como otros saben perfectamente que haber protagonizado un anuncio erótico ni invalida ni disminuye la capacidad de la profesora para ejercer su trabajo, más aún porque el vídeo no es pornográfico, ni ofensivo (la mujer ni siquiera sale desnuda) y pretende convencer ingeniosamente al espectador de que la ropa de trabajo que se promociona es capaz de soportar desafíos como los que provocan las relaciones sexuales entre la secretaria y el albañil.
Subyace a esta polémica el secular puritanismo inglés, cuyas consecuencias más evidentes pueden observarse en muchas discotecas ibicencas, pero también la intolerancia que últimamente acompaña con extraordinaria virulencia a lo políticamente correcto, esa nueva Inquisición ponzoñosa que envenena sin remedio a las sociedades supuestamente libres.
A la falta de intimidad que criticaba esta semana Javier Marías en EPS se une un retroceso inaceptable de las libertades individuales. En Inglaterra, algunos imbéciles adeptos a esta nueva religión se han permitido el lujo de sentenciar en juicio sumario a una persona que no ha cometido ninguna falta. Su deleznable e intolerante actitud es la que merece la más enérgica de las condenas.