Diego, pasándoselo en grande con su mesa de actividades parlanchina.
Diego, con su gorrito y su cazadora, preparado para afrontar valientemente un gélido día de invierno (perdónese el exceso de flash).
Diego, pasándoselo en grande con su mesa de actividades parlanchina.
Diego, con su gorrito y su cazadora, preparado para afrontar valientemente un gélido día de invierno (perdónese el exceso de flash).
Con las elecciones de EE.UU. y el flamante equipo de gobierno que día a día vamos leyendo en la prensa y vemos en televisión e internet compruebo por enésima vez la pereza mental que inunda el periodismo cuando se trata de traducir términos de otros idiomas (en particular, del inglés) al nuestro. Aunque el periodista cuenta con la dificultad (y la excusa) del apresuramiento, de la inmediatez, lo cierto es que la traducción literal asoma la cabeza en novelas y otros textos que pueden estudiarse con más detenimiento, como contaba hace ya tiempo Javier Marías en El País Semanal.


Todo el mundo está hablando estos días hasta la saciedad de la victoria de Barack Obama, de sus extraordinarias cualidades para la política (esas que, dicho sea de paso, escasean en la mayoría de los políticos), de su capacidad para encauzar los deseos de cambio de su país y de gran parte del mundo en este momento de desconcierto, y sin embargo apenas se ha nombrado a una persona que ha contribuido decisivamente a este momento histórico, un hombre en la sombra sin cuya participación activa estos últimos años hoy no estaríamos hablando de que un negro llega por fin a la Casa Blanca. Sin su ineptitud, sin su estulticia, sin sus rebajas de impuestos a los más ricos, sin su propensión a explotar el miedo de sus ciudadanos, sin las guerras de Iraq y Afganistán, sin sus problemas para deglutir una galleta, sin todo usted, en suma, todo lo que estamos viviendo hoy no habría sido posible. Gracias por todo, George W. Bush.
Ha causado escándalo en cierta parte del periodismo nacional la imagen del Congreso de los Diputados prácticamente desierto en una sesión plenaria destinada a debatir un asunto crucial para el país: el paro. Aunque hacer novillos nunca es justificable, lo cierto es que los diputados pueden esgrimir tres causas atenuantes en este caso concreto:

Parece que la misma suerte que está corriendo la palabra viajante, de la que hablamos aquí en días pasados, le espera a mi pobrecito adjetivo honrado y a su sustantivo correspondiente, honradez, de manera que habrá que modificar en las adaptaciones de los clásicos el nombre de las obras de teatro y escribirlas tal y como aparecen en el título de esta entrada. El delincuente honrado y Los ladrones somos gente honrada han muerto; vivan El delincuente honesto y los ladrones honestos.
Se ríe o se queja o se sorprende la gente de que el ministerio de Igualdad, o sea, la ministra Bibiana Aído más su secretario y su chófer (imagino), proteste contra un anuncio de las letras del tesoro o del tesoro público en el que un tipo se niega a dejar a su Puri porque hace unas croquetas de muerte, lo cual, viendo cómo está el croqueteo nacional en los tiempos que corren, posee una lógica innegable.
Escritor de gran éxito durante su corta vida, Juan Pérez de Montalbán se crió rodeado de libros en el establecimiento de su padre, que regentaba una de las principales librerías del reino. Alonso Pérez editaba nada menos que a Lope, a quien le unía una franca amistad entreverada de intereses (mutuos), y Juan, cuarenta años más joven que el Fénix, se convirtió en su más fiel y amado discípulo, lo cual pudo granjearle algunas enemistades en la controvertida y fragmentada república literaria de la primera mitad del siglo XVII.El ataque más furibundo se lo lanzó Quevedo, quien lo hirió, fustigó, desangró, rebanó, desconyuntó, desolló, reventó y descostiñó en La perinola tras la publicación de una obra miscelánea con visos enciclopédicos que Montalbán tituló Para todos.



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Varias mitologías europeas recogen el mito del perro que guarda la entrada del otro mundo: Garm en la mitología germánica y nórdica, y Cerbero en la griega. El can Cerbero defendía la entrada del infierno helénico, el Hades, y a fe que la primera visión que se les presentaba a los griegos que acababan de cruzar la laguna Estigia, en una triste singladura que para colmo había que pagar al barquero Caronte, debía de ser aterradora: un terrible perro de tres cabezas coronadas por serpientes (que le salían dulcemente de la piel como el pelo al resto de sus congéneres; habría que ver quién era el osado Llongueras que se atrevía a ponerle mechas). Pero el caso es que Cerbero era perro que mostraba diferentes estados de ánimo según fuera la intención del paseante que se acercaba a sus dominios: si el interesado quería entrar al Hades, el animal enseñaba su mejor cara, se mostraba complaciente y movía la cola en señal de alegría; pero, como algún desdichado pretendiera escaparse, Cerbero podía actuar de una forma muy disuasiva. Dicho de otra forma: de las garras del perro mitológico no se hubiera librado ni Michael Scofield, el sesudo protagonista de Prison Break. O mejor aún: escapar del infierno helénico resultaba casi tan difícil como cancelar hoy día un contrato con las principales operadoras de telefonía móvil de nuestro país: Movistar, Vodafone y Orange. Por eso, a pesar de los siglos que han pasado (tantos que lo que era religión hoy no es más que mito), tengo la sensación de que las compañías telefónicas tienen en el fondo el alma del can Cerbero, es decir, actúan de la misma manera, recibiendo a los clientes que quieren entrar con dicharacheros movimientos de cola e impidiendo a toda costa la salida a los que desean cambiar de operador. Para que digan que la mitología es cosa del pasado.
compraba sin complejos en los supermercados y se la veía más tarde por la calle acarreando pesadas bolsas del Mercadona o del Día. En el Mercadona la situación anómala saltaba a la vista. Mucha gente aprovecha el sábado para hacer la compra semanal, pero lo de éste se salía de madre. No es sólo que todas las cajas registraran una larga cola; es que además las colas estaban formadas en su mayoría por carros repletos.


Dedica José María Vaz de Soto su artículo del sábado en la edición andaluza de El Mundo a un asunto que desde su punto de vista no debe de ser baladí: criticar a una meteoróloga (o presentadora de El tiempo, quizá) por decir "península ibérica" donde debiera decir, según Vaz de Soto, claro, "península" a secas, por estar el adjetivo "ibérica" sobreentendido. Ustedes valorarán en su justa medida la pertinencia o no del tema para un artículo de opinión, teniendo en cuenta, eso sí, que decir península ibérica, aunque sea redundante en el contexto, no puede considerarse un error, sino, como mucho y exagerando, exceso de celo.

Cuando termina una película, la gente suele levantarse inmediatamente de sus asientos sin esperar a los títulos de crédito. Los que permanecen sentados viendo pasar nombres y más nombres, saben que los títulos de crédito duran al menos cinco minutos. Toda esa gente trabaja, cada uno en su campo, para que el resutado de la película sea óptimo y, sin embargo, internet está lleno de gazapos en los que no ha reparado ninguno de los cientos de ojos responsables del resultado final: un reloj en manos de un gladiador romano, copas que se vacían y se llenan por arte de magia, Humphrey Bogart en la puerta del tren con la gabardina seca un segundo después de que le hubiera caído encima el mismísimo diluvio universal...
Viggo Mortesen es Diego Alatriste

Me quité el zapato del pie derecho con sigilo y lo acerqué cuidadosamente, con tiento y disimulo, hacia el insólito animal, que no ofreció demasiada resistencia. No sé si me vinieron a la mente las siglas "R.I.P" o las palabras "uno menos". Miré su cuerpo, más que aplastado, arrugado y contraído, pero muerto al fin y al cabo, y me entraron ganas de rodear su silueta con tiza para marcar el lugar exacto del asesinato.
Si el bicho hubiera sido más grande, o más horrendo, le hubiera rematado a conciencia con un par de hostiones más, pero en esta ocasión no se los di, en parte por pena (ya había sufrido bastante), en parte por no dejar la pared como un Cristo.
Volví al ordenador para terminar lo que estaba haciendo antes de sacar un pañuelo, amortajar con él al bichejo y arrojarlo a la basura. Y tecleando estaba cuando veo, más perplejo aún que al acabar de leer la noticia de la contusión vulvar de Beas de Segura, que la hormiga, la araña o lo que demonios fuera el asqueroso bicho ese, se rehace, recompone su forma original y se lanza pared abajo para, antes de poder reventarlo con mi zapato (juro que el golpe hubiera parecido más bien un epicentro), esconderse detrás del cabecero de la cama y dejarme con un cabreo de tres mil pares de narices, burlado por un bicho deforme que ha demostrado ser bastante más listo que yo.
Antes he dicho que todos los mapas están sujetos a un idioma, español, catalán, inglés, o el que sea, pero no es cierto. La excepción es el mapa de España, que está escrito en varios a la vez y sin mucha coherencia, por cierto. Mis alumnos del Ámbito lingüístico y social de Diversificación Curricular de Tercero de ESO (manda huevos, que diría Trillo) se enfrentan en su libro de texto (de Editex, p.140) a un mapa de España que ni está en castellano, ni en catalán, ni en vasco, ni en gallego, sino todo lo contrario, todo junto y separado al mismo tiempo.
Por supuesto que no aparecen mis queridas Gerona y Lérida, ni La Coruña u Orense, pero sí Cataluña y Galicia, así, tal cual, cuando lo más congruente, teniendo en cuenta que figuraban Girona, Lleida, A Coruña y Ourense, hubiera sido sustituirlas por sus topónimos en catalán y gallego: Catalunya y Galiza. País Vasco y Comunidad Valencia también están escritas en español, pero no las Islas Baleares (Illes Balears). La confusión reinante se completa con la denominación bilingüe de las capitales de País Vasco y Comunidad Valenciana.
Cuando a la RAE se le preguntó cómo había que decir en español los topónimos como Orense y Lérida, contestó que en español. Parece una tautología (el que habla en español dice las cosas en español, como el gallego en gallego o el francés en francés), pero en España, y más para ciertas cosas, la lógica es un trasto viejo que ha quedado fuera de combate. A Víctor García de la Concha, y por extensión a la RAE, se le echaron encima todos los nacionalistas, que rugieron como leones salvajes para desacreditar a la institución tildándola de desfasada y autoritaria, y a sus miembros de intransigentes, carcas y poco menos que fachas, que es lo que suelen hacer ciertos "demócratas" cuando una opinión (más si es fundamentada) no se atiene a sus criterios.
Yo echo mucho de menos a Gerona y a Lérida, a La Coruña y a Orense, que existen tanto como Teruel y Soria, y siempre he advertido a mis alumnos de cómo las llamábamos en la Antigüedad, porque ningún mapa recoge hoy su nombre en castellano. "En mi época decíamos...", y al acabar la frase con ojos lánguidos y arrobado gesto no puedo dejar de sentirme como el abuelo Cebolleta contando batallitas inventadas a los nietos.