Después de la primera parte de la prueba, todos disfrutamos de un merecido descanso de quince minutos que algunos quisieron aprovechar un poco más de lo que el reloj decía, como, por otro lado, era de prever. Eso se llevaron por delante, porque lo que se les venía encima era un iceberg ciclópeo, una nube plomiza y cenicienta, un huracán con ojo humano de proporciones delirantes.
Los alumnos habían descifrado poco o nada de lo que Pilar Limón, la ácida mujer del 112, había explicado una hora antes, pero se quedaron realmente estupefactos cuando sonó la segunda pista del disco compacto, una canción de los '80 con un par de guitarras gimoteando su desafinación y una batería que se desgañitaba como un enfermo de Parkinson sobre ellas y sobre la voz del cantante. La blueslería en cuestión se llamaba "Pasa la vida", la misma que cantaba María Teresa Campos en su homónimo programa de televisión, pero en la versión original de Pata Negra.
Aparte de mostrar el escaso gusto musical del personal que ha elaborado la prueba (otro año nos regalaron los oídos con una canción de Andy y Lucas), al cantante de Pata Negra apenas se le entendía entre la marabunta fónica de las guitarras y especialmente de la batería del grupo. A veces parecía que el percusionista se había metido un par de cajas de anfetaminas entre pecho y espalda.
La canción no es muy portentosa en sí y la letra, aunque más jugosa que la de las manos de Andy y Lucas, tiene poco de donde rascar, pero, sin entender ni Pamplona, responder a la pregunta más sencilla resulta harto complicado. Además la cancioncita tiene largas partes instrumentales que no facilitaban precisamente el control de los chavales (que aprovechaban esos momentos para hacer interpretaciones personales a la letra: pasa la noria se convertía en pasa la boya y en pasa la droga.)
Con todo esto, tengo la sensación de que las pruebas de diagnóstico de este año, al menos en mi instituto, no van a arrojar unos resultados muy halagüeños. Esta semana lo sabré, ya que nos obligan a corregirlas a los departamentos correspondientes sin que nadie nos dé ni las gracias. Gajes del oficio.