viernes, 21 de diciembre de 2007

¿Es grave que graven el grabar? (I)

Estos días se está hablando mucho del borrador que ha preparado el gobierno para regular el canon por copia privada que grava actualmente a los productos relacionados con la grabación de música y películas que la SGAE, principal beneficiaria de dicho impuesto, defiende a capa y espada.
El canon por copia privada no guarda ninguna relación con la piratería que amenaza al gremio de los creadores. Aunque en muchos medios de comunicación se ha dicho que es una especie de ataque preventivo contra las descargas ilegales y que equivale a tratar a todos los ciudadanos como delincuentes a todos los ciudadanos, en realidad el canon que pagamos en los CD y DVD vírgenes y que está previsto imponer en los mp3, no tiene nada que ver con el espinoso asunto de la piratería. Ese dinero se paga exclusivamente en previsión (y ahí seguramente esté el error) de las posibles copias que un usuario puede hacer para su disfrute personal. La copia privada no es, por tanto, el archivo que un internauta descarga del Emule o del Ares por la jeta, sino el duplicado del disco original que uno mismo pagó en la tienda para, por ejemplo, llevarla en el coche. También es una copia privada (no pirata) todas y cada una de las conversiones de las canciones de un disco legal para escucharlas en un reproductor de mp3 y de mp4. Por eso, estos aparatos también están sometidos a gravamen.
El proteccionismo de las leyes de propiedad intelectual en este ámbito es excesivo y sólo puede explicarse como compensación por las pérdidas (o las no ganancias) que ha provocado en el sector la universalización de la piratería.
En la propiedad intelectual, como en tantas otras cosas, hemos pasado de un extremo a otro: de la desprotección más absoluta que sufría el autor en el siglo XIX (recordemos que José Zorrilla no pudo disfrutar de los enormes beneficios que generaba anualmente su don Juan Tenorio y que padeció penalidades económicas, por su culpa casi siempre, en sus últimos años de vida) hasta los privilegios desproporcionados que hoy asisten a los creadores, a sus hijos, sus nietos y demás familia, que cobra por los derechos de su antecesor hasta 75 años después de su muerte.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Trágico erostratismo (II)


Cuando las autoridades se enteraron, gracias a la tortura, de la causa principal del suceso, prohibieron pronunciar el nombre de Eróstrato bajo la amenaza de imponer fuertes castigos a quien desoyera las leyes. Pese a la dureza de las penas, el nombre del pastor efesio no se perdió en el tiempo: prosperó y ha llegado hasta nuestros días.
Pero la Fortuna traidora no suele ser tan propicia para los Eróstratos contemporáneos. Generalmente, sus nombres quedan enterrados bajo la enorme maraña de información y datos que teje y difunde nuestro mundo a diario. Hay demasiados Eróstratos como para que el común de los mortales recuerde cómo se llamaban. El nombre del perturbado que hace un par de semanas convirtió un tranquilo día de compras en una noticia de alcance mundial tampoco soportará el paso del tiempo: es el menor homenaje que merecen sus víctimas.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Trágico erostratismo


Hace un par de semanas, en EEUU (que es donde suelen ocurrir estas cosas) un joven de 19 años agarró un arma de fuego y descargó su ominoso contenido indiscriminadamente sobre otros otros seres de su misma especie. El interfecto grabó un vídeo, como acostumbran a hacer los suicidas del siglo XXI, en el que explicaba los motivos de su acción. En él, el desequilibrado aseguraba que él mismo era una mierda, pero que tras perpetrar el delito infame que estaba preparando iba a hacerse famoso.

De la frase no comprendí bien la adversación, es decir, el pero. Uno puede ser una mierda anónima o una mierda célebre: lo cortés no quita lo valiente. En el argumento, el joven estadounidense confundía la velocidad con el tocino. No obstante, el extraño razonamiento del sujeto está hoy más de moda que nunca y se basa en un fenómeno cada día más común y cada vez más definitorio del mundo contemporáneo. Dicho fenómeno recibe el nombre de erostratismo (aunque podría haber tomado perfectamente el de síndrome de Eróstrato).

Eróstrato, un grieguecillo de a pie, normal y corriente, anónimo, que decimos ahora, pastor por más señas, deseaba que su nombre fuera recordado eternamente por encima de todas las cosas. Como no veía el modo de alcanzar celebridad por sus virtudes, su enfermizo cerebro planeó el modo en que su nombre permaneciera por siempre en la memoria de los hombres de todas las épocas: quemar el templo de Artemisa en Éfeso, una de las siete maravillas del mundo antiguo, que quedó completamente destruido.

(Continuará)

domingo, 16 de diciembre de 2007

Partos fronterizos

Hasta en el tedioso rellenar de papeleo que conlleva todo nacimiento en el mundo civilizado (y por civilizar) pueden encontrarse elementos humorísticos. Por supuesto que esos elementos subversivos son inconscientes: la burocracia no admite la risa, como el Jorge de Burgos de El nombre de la rosa.
En los Registros Civiles, junto a la señal de prohibido fumar, puede verse una señal del mismo pelaje con un hombre riendo. El Jorge de Burgos de la de Córdoba, que, por otra parte, se comportó impecablemente conmigo, me hizo rellenar una especie de cuestionario en el que se formulaban preguntas bastante personales que yo, quizá ingenuo, no tuve reparos en contestar. Tal vez debí haberle preguntado qué coño le interesaba al Registro muchas de aquellas cuestiones y por qué no se conformaban las altas instancias con el Certificado de nacimiento de Diego que me había expedido la matrona y cuyos datos principales yo había escrito con absoluto primor.
No lo hice. Me limité a comprobar la ridiculez de ciertos apartados, en especial de uno en concreto: el de la nacionalidad de los hijos nacidos en un parto múltiple; si una mujer da a luz a gemelos, trillizos, cuatrillizos y demás illizos, debe consignar la nacionalidad de todos y cada uno de ellos. Me imaginé a una pobre madre en la frontera entre dos países, pongamos entre Moldavia y Rumanía, echando al lado rumano de la línea a un recién nacido y al lado moldavo al siguiente, con lo cual los hijos impares serían rumanos y los pares, de Moldavia. Sería la solución ideal para una pareja formada por un ciudadano de cada nación. Pero parece bastante complicada. Más tarde pensé en que la dichosa mujer podría haberse puesto de parto en el Oriente-Exprés, o en uno de esos viajes relámpago que en pocos días te llevan a visitar (más bien a pasar por) cinco o seis países. Con un poco de suerte, si los bebés respetan unos tiempos mínimos de nacimiento, el primero puede ser español y el último eslovaco, pasando por las más diversas nacionalidades (y no digamos si atraviesa esa fantástica nación de naciones que todos conocemos).
La casuística (como se dice ahora con pompa y circunstancia) es múltiple, pero no creo que merezca la pena ahondar en ella. Bastantes chorradas aguantamos a diario. Yo, por hoy, me conformo con las susodichas.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

El niño con el pijama de rayas

La lectura de El niño con el pijama de rayas, de John Boyne, ha venido a corroborar la ineptitud de mi cerbro para vislumbrar grandes éxitos literarios. Si me dedicara al mundo editorial, acabaría con mis huesos en cualquier esquina del metro pidiendo, más que dinero, clemencia. O, más que clemencia, dinero. Así que dejaré ese trabajo en manos de verdaderos profesionales.

Digo esto porque he leído El niño con el pijama de rayas, que ha arrasado en las librerías de Irlanda, España y medio mundo, del que hablan hasta personas que habitualmente no emplean su tiempo en la lectura (quizás la saga de Harry Potter); he leído El niño..., digo, y no me ha parecido gran cosa; una novelita curiosa y poco más.

No soy muy dado a leer los libros de moda de cada momento (Código Da Vinci, etc.). Me embarqué en la lectura de la novela de John Boyne a través de Adela, que lo compró por los encendidos elogios que le dedicaban sus compañeras del Departamento de Lengua. El editor ha ideado, además, un método infalible para excitar la curiosidad del lector potencial: declarar secreto el argumento, porque conocerlo "estropearía la experiencia de su lectura". Sabían que había que mantener la discreción las compañeras de Adela, algún compañero mío, Adela y yo mismo, y nadie se fue de la lengua ni lo más mínimo (incluso soportando torturas), así que no esperen que revele en estas líneas un misterio que en realidad no es tal: uno descubre a las pocas páginas de qué va el invento (tal vez porque está sobreaviso) y por eso el enigma me parece más que nada publicidad, puro marketing.

No desvelaré, pues, el arcano. Sólo comentaré que los hechos están contados desde el punto de vista de un niño y que eso determina la sencillez extrema que preside toda la novela. El editor aprovecha esa sencillez para recomendársela a adultos y a niños desde los 13 años (no cabe duda de que el tipo es listo). Mi recomendación sería la contraria: me parece que es un libro para niños que puede leer, si lo desea, algún adulto. Tras su arrollador éxito, me he alegrado de no ser editor, porque para subsistir tendría que recurrir sin duda alguna a la delicuencia (más o menos) organizada.



¿Qué le ha parecido El niño con el pijama de rayas de John Boyne?

lunes, 10 de diciembre de 2007

El nuevo periodismo y el efecto Matías

Viendo una noticia en los informativos de Telecinco, orgullosos de haber incorporado a su elenco de presentadores a Marta Fernández, me percaté definitivamente de que estamos ante un nuevo periodismo que nada tiene que ver con el de épocas pretéritas o con el que se aconseja en los manuales y se aprende (si es que es posible) en las escuelas.

Entre los subgéneros periodísticos, la noticia es quizá el más importante, el más común y, sin duda, el más reglamentado. Su primer párrafo, el lead, debe responder a las célebres seis w, y si no a todas, sí a la mayoría. El resto de la noticia, es decir, el cuerpo, es más libre, pero se topa incontestablemente con algunos rasgos que debe poseer: la imparcialidad y la objetividad. El periodista sólo puede incluir datos que puedan ser demostrados o que haya presenciado directamente. Pero en el nuevo periodismo tales presupuestos se desechan sin mayores miramientos. Y no necesariamente por intereses más o menos lícitos y más o menos sectarios. A veces se violan las más elementales normas del periodismo simplemente para obtener un mayor número de espectadores haciendo más entretenida la noticia. Una forma de conseguirlo es novelando con mayor o menor descaro los hechos que se cuentan. Si dos miembros de ETA escapan tras asesinar a dos personas y recorren media Francia en coche, Informativos Telecinco no dirá eso, que es un peñazo y puede decirlo cualquiera, sino que introduce unas gotitas de recursos narrativos y dice "Por el camino, van mirando el paisaje y apenas hablan" o algo muy parecido. ¡Qué coño sabrás tú si iban hablando o no! A lo mejor iban escuchando la Campanera y el sentimiento les entornaba los ojos. Pero ese no es el tema. Los telediarios no pueden convertirse en remedos cutres de los infumables telefilmes que comienzan su metraje con la fórmula "basado en un hecho real". Pero qué vamos a esperar de unas televisiones que han degradado los noticiarios y los han convertido en un cajón desastre en el que brillan con luz propia las ferias de todo tipo (turismo, coches, casas del futuro, qué sé yo), las noticias sociológicas (cuántos polvos echa usted al año, dónde y con quién) y la carnaza, el bautizado por Pablo Motos como "efecto Matías": mujeres haciendo topless en las playas, desfiles de modas de Victoria's Secret con Giselle Bundchen y compañía prácticamente desnudas, etc., etc.

Si estos programas pueden denominarse noticiarios, el Tomate acabará entrando en la categoría de documentales por méritos propios. Los mandamases de Telecinco están como locos por procurarse cuanto antes los servicios de Pedro Erquicia...












La Blogse, demostrando que es capaz de recurrir como el que más al "efecto Matías".

martes, 4 de diciembre de 2007

¡Ha llegado Diego!


El viernes, por fin, nació Diego. Llevábamos varios meses esperándolo y fue a ver la luz el mismo día que su bisabuelo paterno, el día de San Andrés, el que dio nombre no sólo a su bisabuelo, sino a un tío abuelo, a un tío segundo y a su propio padre, que se llama Pablo Andrés. Diego se llama como su abuelo y como su tío (como yo, que me llamo como mi abuelo y como mi tío en las dos ramas de la familia, la de Pablo y la de Andrés). El embrollo de nombres familiares se completa con mi sobrino Pablo Andrés, que se llama como su tío, es decir, yo (con lo cual se llama igual que dos de sus bisabuelos), y cuyo padre se llama Diego, es decir, como su primo y como su abuelo. Ya le hubiera gustado a García Márquez forjar un lío de nombres semejante y no ese claro y transparente árbol genealógico de la familia Buendía que presenta en Cien años de soledad.

Nos hemos tirado desde el viernes hasta hoy en el hospital, así que he tenido que dejar el blog un poco de lado aunque, cuando he vuelto a él, me he encontrado con una considerable cantidad de felicitaciones. Diego y yo os las agradecemos mucho: ninguno de los dos esperaba menos de, como dice Nerea, sus tíos blogueros.