Si hay algo que odio es ver a algún actor, o director de escena o profesor de literatura, o quien sea, justificando el montaje o la lectura de alguna obra clásica (especialmente de teatro) por su actualidad, es decir, por su validez en el mundo de hoy. Precisamente suelen escudarse en este argumento (ya tópico) quienes gustan de hacer versiones más o menos libres de las creaciones clásicas, de lo cual deduzco que no son tan útiles para nuestro tiempo si necesitan, como los antivirus, de actualización continua. Recuerdo a Cayetana Guillén Cuervo considerando superior El abuelo de José Luis Garci a la novela de Galdós en la que se basaba por el mero hecho de que había añadido elementos que aumentaban su interés para el espectador de hoy.
Pero, aunque esta referencia sirva, yo me refiero principalmente a las ambientaciones de obras clásicas en épocas absolutamente anacrónicas. En Valladolid, una compañía, de cuyo nombre no puedo ni quiero acordarme, representó una Fuente Ovejuna cuyos personajes estaban inmersos en plena lucha obrera, en medio de la revolución social.
Si se acudiera a la re-ambientación en casos puntuales, el asunto no dejaría de ser menor e incluso interesante; pero es que las ambientaciones ajenas a la expresada por el autor ganan en número a las versiones originales. Hay muchas obras que he visto en varias épocas que ya le hubiera gustado conocer al escritor de turno, pero nunca en la suya propia. Cuando el autor decidió una fecha histórica concreta, diferente a la suya, el cambio es más sangrante, especialmente porque los creativos directores de escena suelen recurrir siempre a las mismas clases o momentos históricos. En el auditorio de la Feria de Muestras de Valladolid asistí a un Romeo y Julieta (ubicado por Shakespeare en la Verona del siglo XII) ambientado a finales del siglo XX. Romeo se había trocado en un pandillero que escribía curiosos graffiti con el ampuloso estilo del teatro isabelino inglés. Por cierto, que, al final, el atractivo adolescente, antes de suicidarse, decidió quedarse en cueros. Si se ha de morir, se muere, pero incómodo nunca, que muerto se está hasta el Juicio Final y eso es mucho tiempo (pensaría el mozo).
Pateé la puesta en escena entre la ovación del público en general y, aunque no lo repetí, por inútil, me hubiera gustado hacer lo mismo en el Macbeth dirigido por Calixto Bieito que me tragué en el Lope de Vega de Sevilla. La historia de Shakespeare (¿no hay más escritores?) habíase mudado a los EEUU en los años 60, creo, y los personajes dirigían una organización mafiosa. Lo más innovador fue un divertido karaoke en el que brillaron con luz propia las canciones de Julio Iglesias y la voz de Lady Macbeth.
Los directores de escena recurren con frecuencia a la libertad del artista (ellos) para reinventar los textos clásicos, pero, en mi opinión, cuando son tan radicales, incurren en un delito contra la propiedad intelectual del autor y en una estafa contra el espectador, pues utilizan el renombre de un escritor clásico, sin respetar su espíritu, para atraer al público a sus funciones. Si quieren libertad, lo más honrado es que inventen ellos y que dejen a los clásicos descansar tranquilos, sin tan retorcidas ambientaciones que, por otra parte, no necesitan para ser comprendidos por el público del siglo XXI; puesto que un clásico es, por definición, actual.
[Por cierto, gracias a todos por vuestras felicitaciones de ayer]
7 comentarios:
Mira, yo personalmente en estos temas del plagio a la tradición cuando al artista director de turno no se le ocurre otra cosa que representar a "Don Quijote de las galaxias" igual ocurre con eso que denominan danza alternativa...claro como uno es un poco antiguo de esto de los artes postmodernos no entiende...
Saludos
Es por ignorancia. Como en la ópera: ver a Don Juan, en la obra de Mozart, que aparece como un drogata, vestido de macarra, y cantando esas arias... Es que no tienen ni idea de música, del choque estético que producen. Es ignorancia. Y una osadía narcisista repugnante.
Besos, vejestorio,
Diego
Efectivamente no hay nada más osado que la ignorancia.
Un saludo,
ana.
La dictadura de algunos directores de escena, que se creen los únicos capacitados para hacernos comprender las bellezas de los textos clásicos que, en el fondo, odian, por no haberlos escrito ellos mismos...
me uno a las felicitaciones de ayer en el día de hoy... y sobre el tema, pienso que todo es cuestión de imaginación, en este caso, falta de imaginación... eso se puede observar también en la fotografía.
saludos
Tienes toda la razón muchacho.
Un beso,
Álvaro
ya sabes, cuando se pone la venda antes de tener la herida, cuando se justifica lo que no se ha preguntad, "excusatio non petita, acusatio manifesta", etc ... es por algo.
Saludos
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