Hace una semana, en mitad de la noche, me levantó en vilo un grito atronador y terrible, más pavoroso aún como estaba inmerso en el mar de tinieblas que era la habitación a esas horas. A los pocos segundos se repitió el sonido y, entonces, ya más despierto, o por mejor decir, "de turbio en turbio", pude reconocer un graznido horrendo que fue respondido inmediatamente por otro lejano que, quizá precisamente por eso, me pareció más dulce.
Temiendo toparme con el cuervo de Poe, encendí el móvil por no despertar a Adela y me aventuré hacia el balcón. Allí, tras la puerta de madera que nos separaba y por cuyas rendijas se había colado, como el relente nocturno, su asqueroso sonido, debía de estar el pajarraco enseñoreándose orgullamente sobre el estrecho balcón de mi casa. Imaginé que sería un cuervo o un enorme aguilucho de los que dominan el paisaje sobre los tendidos eléctricos o sobre las señales de tráfico y que a veces lanzan sus alas hacia los parabrisas de los coches en las carreteras comarcales de Tierra de Campos como furiosos suicidas poco aplicados.
Hace tiempo que no vivía por estos lares, pero, por más que busco, no encuentro en mi memoria la riqueza de aves con que me topo ahora en mi camino de Sísifo hasta Tordesillas. Y no me extraña: Tierra de Campos (o cierta parte de ella) acabará convirtiéndose en reserva de aves, en parque natural, en un territorio neovirgen sin habitantes.
- Los de Tierra de Campos estamos sentenciados -me dijo Celes, concejal de Palazuelo de Vedija, este verano, y todo indica que en la condena hay más objetividad que pesimismo.
Así, las aves domeñan un paisaje de trigales moteados de pueblos despoblados por los que parece que no pasa el tiempo, pero que, poco a poco, se desangran y mueren.
Golpeé sin fuerza el cuarterón y el pájaro alzó el vuelo sobre la planicie. A esas horas, poco vería de los campos sobre los que gobernarán con mano de hierro él, sus congéneres y sus descendientes, reyes absolutos de estas tierras como lo fueron de la Tierra entera sus remotos ancestros, los dinosaurios.
Temiendo toparme con el cuervo de Poe, encendí el móvil por no despertar a Adela y me aventuré hacia el balcón. Allí, tras la puerta de madera que nos separaba y por cuyas rendijas se había colado, como el relente nocturno, su asqueroso sonido, debía de estar el pajarraco enseñoreándose orgullamente sobre el estrecho balcón de mi casa. Imaginé que sería un cuervo o un enorme aguilucho de los que dominan el paisaje sobre los tendidos eléctricos o sobre las señales de tráfico y que a veces lanzan sus alas hacia los parabrisas de los coches en las carreteras comarcales de Tierra de Campos como furiosos suicidas poco aplicados.
Hace tiempo que no vivía por estos lares, pero, por más que busco, no encuentro en mi memoria la riqueza de aves con que me topo ahora en mi camino de Sísifo hasta Tordesillas. Y no me extraña: Tierra de Campos (o cierta parte de ella) acabará convirtiéndose en reserva de aves, en parque natural, en un territorio neovirgen sin habitantes.
- Los de Tierra de Campos estamos sentenciados -me dijo Celes, concejal de Palazuelo de Vedija, este verano, y todo indica que en la condena hay más objetividad que pesimismo.
Así, las aves domeñan un paisaje de trigales moteados de pueblos despoblados por los que parece que no pasa el tiempo, pero que, poco a poco, se desangran y mueren.
Golpeé sin fuerza el cuarterón y el pájaro alzó el vuelo sobre la planicie. A esas horas, poco vería de los campos sobre los que gobernarán con mano de hierro él, sus congéneres y sus descendientes, reyes absolutos de estas tierras como lo fueron de la Tierra entera sus remotos ancestros, los dinosaurios.
3 comentarios:
Qué desierto más ancho somos.
lo dices tan bien...que hasta parece que no moelsta el bicho...saludos
Me parece a mi que ese pajarraco no será el único que visite tu casa... Hace un año, un mirlo negro que parecía un cuervo, entró en ¡mi habitación! Qué sensación más horrible tuve. Pedí a un amigo que viniera a rescatarlo porque yo era incapaz de tocarlo. Ahora tengo una cortina que se ata a lo dos lados de la ventana (así poder tenerla abierta) y, por ahora, no ha entrado ninguno más. Besotes, M.
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