De nuevo La insoportable levedad del ser me da claves para interpretar cumbre que se ha celebrado este fin de semana en Washington. Hace ya unos días comparé el casi lúbrico deseo de ir a la cumbre de nuestro presidente (a quien desde aquí felicito por este éxito) con la levedad de Parménides y el peso de Beethoven, dicotomía que explica Kundera en su novela. Ahora, son las fotos del encuentro las que traen a mi memoria una parte de esta obra, que cuenta las relaciones de dos parejas cuyos miembros, en un momento u otro de sus vidas, entran en contacto.
Franz, el personaje que menos páginas ocupa de los cuatro, es un profesor suizo casado con una mujer a la que no quiere y amante de una pintora llamada Sabina que fue amante a su vez de otro protagonista de la historia, Tomás. Cuando Franz abandona a su esposa, Sabina lo abandona a él, pero el profesor, en vez de hundirse en una depresión severa, se siente reconfortado: por primera vez en su vida puede tomar decisiones por sí mismo.
Con el tiempo inicia una relación amorosa con una alumna suya, pero sigue guardando por Sabina un amor más allá de las cosas, un amor semejante al que mantenía según las normas del amor cortés medieval el amante con su dama. Como prueba de ese amor descabellado, Franz acepta acompañar una protesta en Camboya para pedir a sus autoridades que permitan el paso a un grupo de médicos para atender a la población civil.
El grupo se aproxima a la frontera y una traductora pide que dejen entrar a los médicos. Se suceden los segundos, caen los minutos uno tras otro, pero desde el otro lado del río que hace frontera todo es silencio o, peor aún: indiferencia. "Franz comprendió de pronto que todos eran ridículos, él y los demás, pero aquella comprensión no lo separaba de ellos, no lo llenaba de ironía, al contrario, era ahora cuando sentía por ellos un inmenso amor [...]. ¿Qué más puede hacer esa gente que teatro? ¿Les queda alguna otra posibilidad?".
Los miembros del G20 se enfrentan a una situación desconocida que difícilmente puede solucionarse en reuniones como las de este fin de semana. Es imposible tomarse un café con churros por la mañana, como ha dicho Solbes muy socarronamente, y salir por la tarde con el capitalismo refundado. Quizá esta cumbre no sea más que puro teatro. Pero, como a Franz y a sus compañeros de marcha, ¿acaso les queda otra posibilidad?
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