jueves, 15 de mayo de 2008

El bicho que sabía demasiado

Vi al bicho moviéndose por la pared mientras tecleaba en el ordenador, una pequeña mancha negra que avanzaba lentamente de arriba a abajo destacada en medio de la superficie verde clara. Desde lejos me pareció una araña, pero al observarlo de cerca ya no estuve tan seguro. Tenía algo parecido a dos alas, así que pensé que quizá fuera una hormiga alada (alúas, las llaman por aquí) o algo por el estilo, pero su cuerpo me seguía recordando al de una araña. Araña u hormiga, Gregorio Samsa o lo que fuera (la naturaleza es pródiga y generosa con insectos, arácnidos, coleópteros y demás invertebrados en la vega del Guadalquivir), yo particularmente no estaba dispuesto a consentir que se paseara libremente, como si tal cosa, por mis dominios.

Me quité el zapato del pie derecho con sigilo y lo acerqué cuidadosamente, con tiento y disimulo, hacia el insólito animal, que no ofreció demasiada resistencia. No sé si me vinieron a la mente las siglas "R.I.P" o las palabras "uno menos". Miré su cuerpo, más que aplastado, arrugado y contraído, pero muerto al fin y al cabo, y me entraron ganas de rodear su silueta con tiza para marcar el lugar exacto del asesinato.

Si el bicho hubiera sido más grande, o más horrendo, le hubiera rematado a conciencia con un par de hostiones más, pero en esta ocasión no se los di, en parte por pena (ya había sufrido bastante), en parte por no dejar la pared como un Cristo.
Volví al ordenador para terminar lo que estaba haciendo antes de sacar un pañuelo, amortajar con él al bichejo y arrojarlo a la basura. Y tecleando estaba cuando veo, más perplejo aún que al acabar de leer la noticia de la contusión vulvar de Beas de Segura, que la hormiga, la araña o lo que demonios fuera el asqueroso bicho ese, se rehace, recompone su forma original y se lanza pared abajo para, antes de poder reventarlo con mi zapato (juro que el golpe hubiera parecido más bien un epicentro), esconderse detrás del cabecero de la cama y dejarme con un cabreo de tres mil pares de narices, burlado por un bicho deforme que ha demostrado ser bastante más listo que yo.

6 comentarios:

Merche Pallarés dijo...

¡Hijo mio, qué prolífico te has vuelto de repente! No puedo seguirte... me tienes jadeando y con la lengua fuera. ¿Qué sería ese bicharrajo para sobrevivir a tu zapatazo? Seguro que es un extra-terrestre que ahora lo tienes instalado detrás de tu cama. ¡Cuidado! Besotes, M.

Pablo A. Fernández Magdaleno dijo...

Seguro que sí. Mientras duerma se meterá en mi cerebro y me controlará para el resto de mi vida.
Siento tenerte jadeando y con la lengua fuera (esto suena un poco raro, ¿no?), pero con los comentarios irónicos que vertías sobre mi falta de escritura, no esperaba de ti comentarios irónicos sobre mi exceso de escritura.
Un abrazo

Merche Pallarés dijo...

Pues ya ves... (ni tanto ni tan poco, hijo). Besotes, M.

Álvaro Fernández Magdaleno dijo...

Los bichos son la hostia.
Un beso.

Anónimo dijo...

Si es que no te puedes fia nunca de las criaturitas de la naturaleza.Acostumbrados a vivir entre duras condiciones ambientales,son capaces hasta de reponerse de un perdigonazo!!!La próxima vez,que sea zapato de tacón.Descanse en paz.

Diego Fernández Magdaleno dijo...

Puede ser alguno de los políticos que resucitan por estas fechas. ¿Tenía bigote?
Besos,
Diego