En octubre o noviembre de 2000, redondo año en el que comencé a trabajar como profesor de lengua (castellana y su literatura), se celebraron en el Salón de Actos del Centro de Profesores de Córdoba unas Jornadas para los que comenzábamos nuestra andadura en el proceloso mundo de la educación secundaria. El evento era tan importante que apareció nuestra Delegada (cuyo nombre, si alguna vez lo supe, que lo dudo, no recuerdo ahora) para proceder a su inauguración oficial: las Jornadas para Profesores en Prácticas (nombre oficial) habían sido organizadas por la Delegada y sólo eran obligatorias en la provincia de Córdoba. "¡Qué alegría!", recuerdo que pensé mientras la ira o la resignación se me rebelaban bajo el escondido cuello de la camisa.
Lo que la Delegada nos comentó en su intervención puede imaginarse fácilmente: ella era lo que en la actualidad se conoce con el feo significante de docente (lo dijo en presente, aunque muchos de los allí reunidos supusimos que hacía muchos, muchos años que había abandonado la docencia) y lo que le gustaba en realidad no era ese cargo que le habían echado encima y que había aceptado a regañadientes, sino que lo que le encantaba, la privaba, la rendía, en definitiva, la volvía loca, era la docencia, las clases, el contacto directo con el alumno. Lo dijo con la voz acaramelada de Mary Poppins, así que durante cinco segundos me lo tragué.
Después, me entraron unas ganas enormes de acercarme a su estrado, mirarla fijamente a los ojos y preguntarle con toda la inocencia del mundo:
- Y, si tanto le gusta, ¿por qué no vuelve?
No lo hice, por supuesto. Pero mi silencio cómplice ante tal grado de hipocresía (que en cuanto a la vocación de la docencia es ya casi un tópico entre políticos y adláteres) me tortura inexorablemente en las noches sin luna.
- Y, si tanto le gusta, ¿por qué no vuelve?
No lo hice, por supuesto. Pero mi silencio cómplice ante tal grado de hipocresía (que en cuanto a la vocación de la docencia es ya casi un tópico entre políticos y adláteres) me tortura inexorablemente en las noches sin luna.
Mujeres musulmanas de Álvaro Fernández Magdaleno.
Ilan Rogoff en EPTA España de Diego Fernández Magdaleno
3 comentarios:
Muy bueno el blog. Un saludo desde Córdoba (Pero la Córdoba de Argentina)
Cuántos de los que getionan la educación están liberados de clases desde hace años y sus comentarios están trufados de retórica politiquera... y cuando daban clases no les gustaba. Te comprendo, te comprendo.
De acuerdo contigo, con Gustavo y con Pedro.
¡A la búlgara!
Besos,
Diego
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